Ahí estaba ella. Sentada frente a
mí con actitud arrogante, desafiándome con su gesto altivo. Fijaba la vista en
todos los presentes, uno por uno nos iba observando sin decoro, sin miedo a que
la descubriéramos. Con esa supremacía de quien se sabe perfecta, diosa y
creadora. Sus ojos hieráticos se clavaron en los míos y una sensación de frío
recorrió todo mi cuerpo. Primero los pies, los sentía como dos bloques de
hielo; luego las piernas, mi tronco, mis manos, mis venas, ya cristalizadas,
las sentía quebrarse como pequeñas tuberías de vidrio. Al final una luz,
potente, majestuosa y una gran nebulosa apareció ante mí. Un gran
golpe se extendió en mi estómago, en mi pecho y una arcada me trajo de nuevo a este lado. A tu lado.
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SIN VOSOTROS ESTO NO SERÍA LO MISMO. GRACIAS POR ESTAR EN ESTE SITIO.
Tranquility
miércoles, 25 de noviembre de 2015
domingo, 1 de noviembre de 2015
Vuelve
Vuelve, aunque no me
busques ni te busque.
Vuelve porque tu sola
presencia alegra mi alma.
Vuelve porque tu
ausencia me inquieta.
Vuelve porque tu luz
es mi faro.
Vuelve y regálame
tu mirada,
Que la siento mía
aunque tú no lo quieras.
Vuelve porque después
de tanto tiempo,
No puedo perderte de
nuevo.
Vuelve aunque ni seas
mío,
Ni yo sea tuya,
Pero nos siento
nuestros.
miércoles, 21 de octubre de 2015
Te extraño
Juraré que no lo he
dicho, pero te extraño.
Dibujaré tu nombre
sin tú saberlo.
Crearé mil mundos,
opuestos al nuestro.
Y en el abrazo
eterno,
Dejaré descansar
nuestro cuerpo.
Dejaste en mi vida el
hueco interno de tu ausencia.
Los días pasan y te
sigo buscando,
E incansablemente te
aguardo.
El silencio solícito
desnuda las horas minuto a minuto,
Segundo
a segundo.
Y quiebro las agujas
del reloj en un grito sordo.
Sol tras sol, luna
tras luna.
Amor por locura.
Certeras las sombras
me acunan
Y duermo en brazos
vacuos.
En agonía eterna vivo
sin tus abrazos.
Sol tras sol, Luna
tras Luna.
Amor por locura.
Y no lo alivia más lo
enferma,
Este silencio tuyo.
Sol tras sol,
Luna tras Luna.
domingo, 4 de octubre de 2015
Sabes
Sabes que te miro
distante y que en la lejanía impuesta tu boca me provoca.
Sabes que la noche oscura
tu nombre evoca.
Sabes que el viento
ulula nuestros nombres en cadenciosa melodía.
Sabes que te busco y
no te encuentro.
Porque tú te sabes
muro y te sabes puerto,
Te sabes luz y te
sabes aliento.
Te sabes cincel y
arquitecto de mi cuerpo.
Te sabes mentira y te
sabes acierto.
lunes, 10 de agosto de 2015
Tu luz
Luz que te busco,
Luz que no te encuentro.
Luz que eres mi norte,
Luz que eres mi puerto.
Luz que no veo,
Luz que no entiendo.
Luz que no enciendes,
Luz ausente, luz hiriente.
Luz que añoro,
Luz que deseo.
Luz que me mata,
Tu luz me atrapa.
Premio Dardos
Nota: Esta entrada debería de haberla publicado hace más de un año. LLeva realizada justo ese tiempo pero se quedó transpapelada en los borradores. Dicen que a cada cosa le llega su momento, que todo llega y lo que ha de ser será...
Hace unos días recibí un mensaje de mi amiga Mari Carmen García Franconetti del blog:
en el que me hacía entrega de un Premio Dardos. Yo no tenía ni idea de su existencia. Fui hasta su blog para agradecerselo y allí encontré la parte que a mí me tocaba:
* Eva María Ruiz
Destacar tu creatividad, la belleza y sensibilidad en tus relatos que atrapan para siempre. Nos regalas también unas muy interesantes reflexiones y aprendo mucho de ellas. Tu blog engancha y deleita. Espero que todo mejore y tengas más tiempo para tus fieles seguidores. Te felicito.
http://elricondelasletraseva.blogspot.com
Ahora bien, quiero darle las gracias por pensar en mí y en mi pequeño y humilde blog en el que solo intento verter algunos de los relatos que escribo. Emociones que salen unas veces con más trabajo y otras del tirón en esos ratos en los que me siento frente a un ordenador o aquellos otros que me asaltan en cualquier lugar y debo anotarlo en donde pillo ya sea papel o en el bloc de notas del móvil.
Las normas dicen que tengo que otorgarlo a 15 blog más, sois muchos los blog que sigo y que leo. Aunque de un tiempo a esta parte me es imposible por otros menesteres hacer las visitas que yo quería hacer.
miércoles, 5 de agosto de 2015
Retrato de un traspié
La cara sucia. El pelo alborotado. Barro en los zapatos. Las
gafas rotas y las lágrimas saltadas. Pelea la madre, la abuela implora. Los
ojos rojos, las mejillas carnosas, los mocos caídos, las rodillas enrojecidas. Le
sangran las canillas y el niño tiembla.
miércoles, 8 de julio de 2015
Me encontrarás
Me encontrarás aún cuando no me busques,
En el sonido de la lluvia.
En cada no y en cada ausencia.
Me encontrarás en cada recuerdo,
En tus noches vacuas y en tus días llenos.
En los ojos de una extraña.
Me encontrarás aunque tú no quieras
En cada despertar y en cada mañana.
En la fría noche y en tu tibia cama.
Me encontrarás en cada cielo,
En cada una de sus estrellas,
En la búsqueda errática de otros abrazos.
Me encontrarás en los espejos cuando te busques cansado
y en el reflejo
vibrante de tus ojos por mí añorados.
Me encontrarás en otros cuerpos,
en otras sonrisas, en otras vidas.
En cada deseo tatuado.
Me encontrarás porque yo nunca te he dejado.
martes, 19 de mayo de 2015
Si tuviese alas como Ícaro
Vuelta atrás, al inicio del blog casi. Esta entrada es de las primeras que hice en mi aventura bloguera. Si tuviera que escribirla ahora la redactaría de otra forma. Con los años creo que he aprendido a escribir de otra manera. La publiqué la primera vez el 31/10/11.
El siguiente relato fue merecedor de un tercer puesto en el I Certamen de Relato corto Memorial "Conrada Muñoz" del año 2010.
La
mañana del sábado había amanecido fresca y Agustín Torres, seminarista
en su último año, había decidido que ese fin de semana no iría a visitar
a sus padres al pueblo. Quería ir a la prisión y estar al lado de
quiénes necesitaban apoyo espiritual o de los que no tenían visitas de
familiares. Casi siempre había ido a los hospitales, comedores sociales,
residencias de ancianos, centros de rehabilitación para
drogodependientes a llevar la palabra de Dios; un poco de compañía y
cariño a quiénes lo necesitaban. A veces el dar cariño a una persona es
el mejor de los regalos. Ratos de conversación para aquellos que están
excluidos, gentes que porque estamos acostumbrados a ver en la calle
como parte del mobiliario urbano ya no miramos; pero nunca había entrado a un Centro Penitenciario.
El
capellán del la prisión le había incluido en la lista que pasaba al
Director para que autorizasen su entrada, y en concreto le había hablado
de Pedro Salgado, un hombre cercano a los cuarenta y cuyo destino era
de cabo de limpieza en el modulo seis.
Agustín después de desayunar con todos los que como él se habían quedado en el seminario,
se preparó meticulosamente su mochila donde llevaba su Biblia y sus
objetos personales. Se volvió a peinar frente a un espejo que le
devolvía una imagen temblorosa y ajada por sus años, y tras poner cada
pelo en su sitio, salió directo al garaje donde aparcaba su coche. Tenía
las manos sudorosas a pesar de que no hacía calor, arrancó el vehículo y
se dirigió hacía la calle.
El trayecto se le hizo corto, eran las diez de la mañana, aparcó
en la entrada del Centro y se fue directo a los Accesos, donde le
entregó al funcionario que prestaba su servicio en ese momento su
documentación y éste le dio una tarjeta que colgó de la solapa de su
chaqueta. Tras pasar la puerta giratoria y volver a ser identificado, se
le retuvo su DNI.
Y le dieron paso al modulo que iba a visitar. El funcionario de ese módulo le indicó que el
interno, Pedro Martínez, estaba en la Sala de día, y le señalo con el
dedo a un hombre de aspecto taciturno que se hallaba sentado en una
silla leyendo un libro y de vez en cuando levantaba los ojos sin mirar a
ningún lado en concreto.
Agustín se dirigió hacia él con su Biblia en la mano, con
paso firme y decidido se sentó sin decir nada. Ambos hombres se miraron
fijamente a los ojos y sus bocas no sabían qué palabras pronunciar.
-¡Hola! ¿Te importa que me siente aquí?-balbució Agustín.
-No padre, no se preocupe, no me importa puede usted sentarse donde quiera.
-No
soy sacerdote todavía, me puedes llamar Agustín. He venido a verte
expresamente a ti, el capellán del Centro me ha dicho que no tienes
muchas visitas.
-Así es…no le ha mentido-contestó desafiante mientras cerraba el libro lentamente.
-¿Puedo preguntarte por qué estás aquí?-dijo Agustín, aún a sabiendas que estaba por una condena de tráfico de drogas.
-Sí, por traficar. Aunque no lo soy, me lo ofrecieron y como no tengo nada que perder…lo hice- respondió altivo.
-¿Esa chica del tatuaje es tu esposa?
-No, mi hermana Paula- dijo mirando al techo.
-Uno no se tatúa a su hermana, mucho la tienes que querer.
-No lo sabe usted bien.
Agustín
sacó un paquete de tabaco de su mochila y le ofreció un cigarrillo a
Pedro, que este cogió sin rechistar, ambos hombres exhalaban bocanadas
de humo que ascendía y se extendía por toda la habitación mezclándose
con los humos de los otros internos, que jugaban al dominó o veían la
televisión.
-Me ha llamado la atención eso que has dicho de “no tenía nada que perder” ¿por qué?-dijo Agustín mirándole de nuevo a los ojos.
-Muy fácil, llevo años en la calle, por eso…simplemente. ¿Quiere que le cuente un poco de mi?
-Sí
por favor, habla que te escucho- le dijo el seminarista poniendo una
sonrisa que le invitaba a la complicidad, para que Pedro se sintiera
relajado.
-Cada
día pasaban a la misma hora, por delante de la iglesia de la calle San
Antón. Entre el barullo de la gente eran dos desconocidos más para mi,
dos peatones más. Ella siempre de la misma forma: con la misma gabardina
color marrón intemporal, las mismas botas altas, de tacón bajo y
grueso. Las manos metidas en los bolsillos. Sostenía el bolso en una de
sus muñecas, porque parecía que se le escurría de los hombros. Su cara
pálida, con una expresión en el rostro de ambigüedad, y su caminar casi
etéreo, como si de un ánima se tratase. Le asomaba la falda, por debajo
de la gabardina, también marrón. Su pelo, rubio y largo, aunque un poco descuidado para ser una mujer aún joven. Sus ojos de un azul intenso, como el mar, que cuando me miraban me
hacían sentir un escalofrío, cómo si ella supiera en qué estaba yo
pensando. Una mujer muy alta y enjuta, pero que sin embargo llamaba mi
atención sin yo darme cuenta.
El
es moreno un hombre de aspecto normal, iba con un periódico bajo el
brazo y de unos cincuenta años. Uno más, de los muchos que pasan al cabo
del día.
Ella
iba en dirección a Recogidas y él, San Antón abajo, pero cada mañana a
la misma hora, a eso de las nueve y media, se cruzaban en la misma acera
en la que estaba yo sentado. Donde esperaba que alguno de los
transeúntes dejara algo en mi caja de cartón, o que alguna de las
feligresas de la iglesia, se apiadara de mi indigencia, y dejara caer
los céntimos que les sobraban, con los que comprar algo para llevarme yo
a la boca, y por qué no decirlo, para algún cartón de vino barato, pero
que alivia igual que los otros la sordidez de mi vida.
Nunca se miraban,
ella se ponía a ojear el bolso buscando algo y él parecía interesarse
en su periódico, y cuando había una distancia entre ellos suficiente,
levantaban súbitamente las cabezas de sus quehaceres improvisados para
volver de nuevo a la calle.
Un día frío del mes de Diciembre, de esos que en Granada te calan hasta los huesos y se te hiela el aliento; yo estaba
en el mismo sitio de siempre, pero un poco más hablador que de
costumbre. En vez de estar en mi cartón en el suelo, porque era
imposible estar quieto del frío, me encontraba dando pasos de un lado a otro delante de la puerta de la iglesia convento.
-Niña, ¿tienes una “limosnica” para este pobre? Abuela, déme usted algo. ¡Señora, algo suelto tiene, seguro…!
Andaba
y parloteaba a la vez en la mitad de la acera, para no congelarme por
las temperaturas tan bajas. Ese día los dos fueron a echar unas monedas a
mi mano a la vez, ella levantó la vista y al verlo dijo con una voz
seca y quebrada:
-¡Hola Paco! ¿Cómo estás?
-Bien, ¿y tu?- dijo él.
Sus
voces, temblorosas se aquietaban en sus gargantas, y se helaban sus
miradas y no por el frío de la escarcha de la mañana. Ella quitó su mano
y la escondió rápidamente en el bolsillo de su gabardina como si
quisiera protegerse.
-¿Todos bien?- balbuceó ella.
-Si –contestó el hombre, con la mirada fija en el escaparate de la floristería de enfrente.
Yo,
en medio de los dos sin saber qué hacer ni qué decir, para romper ese
hielo esa indiferencia; ¡ojalá hubiera tenido alas como Ícaro! y solo
acerté a decir:
-Maestro, hace frío con ganas hoy, si señor, mucho- y como si de un encanto se tratase diluyó aquella tensión y cada uno tiró para su lado de la calle y yo respiré tranquilo.
Todos
los días eran iguales. Se acercaba la Navidad y todas las calles del
centro lucían espléndidas, llenas de pascueros, amarillos, rojos, luces
de colores colgaban de entre los balcones de los edificios. Era martes,
lo recuerdo con claridad, porque era festivo y había misa
de diez, ese día ella venía desde lejos buscándolo con la mirada entre
los viandantes; hasta que lo encontró, cuando estaba a unos pasos de mí,
y pude oír la conversación.
-Paco, buenos días, ¿cómo estás?
-Bien- dijo él en tono áspero.
- No crees que ya es hora de que dejemos atrás el pasado, nuestras diferencias- dijo ella- Mamá nos necesita a todos.
-La verdad, sí…son ya muchos años, pero hay mucho rencor…-contestó, sin apartar la mirada del suelo, titubeante.
El asintió con la mirada y siguió su camino sin decir ni una palabra.
Siempre pensé que habían sido pareja por esa forma de mirarse
de reojo sin que el otro se diese cuenta. En ese momento me puse a
llorar, pero nadie se fija en un vagabundo que llora. Me senté en el
suelo, justo en el tranco del pórtico de la Iglesia y tapé mis lágrimas con mis manos enrojecidas por el frío.
-¿Se
preguntará usted por qué?-hizo una pausa en la que se encendió un
cigarro-¿por qué yo que minutos antes estaba bien, al ver a esos dos
extraños de los que no sabía nada; lloré por lo que les escuché
decir?-El interno hizo una pausa, esperando una respuesta.
El
seminarista lo miró con cara expectante, y con las manos le indicó que
siguiese hablando. El pobre no podía articular palabra, ¿qué tendría qué
ver esa rocambolesca historia?
-Me
acordé de Paula, mi única hermana y amiga. Murió por mi culpa, yo debí
conducir esa noche, ella había bebido demasiado. Festejábamos que
habíamos acabado la carrera de Matemáticas. Se saltó un semáforo y lo
demás se lo puede imaginar…
Mis padres, en vez de apoyarse en mí me culparon de todo, de
que yo la incitaba a cosas que no debía y en su locura mi padre un día
me echó de casa. La calle no es buena, se engancha uno a muchas
cosas…-las lágrimas rodaban por su cara- nunca he vuelto a saber de
ellos, ni siquiera sé si viven.
Agustín
también secó sus lágrimas, encendió otro cigarrillo. No sabía si hablar
o callarse. El sabía lo que eran las drogas, alguien lo cogió a tiempo,
confió en él y lo rehabilitó, y por eso ahora Agustín quería estar al lado de los necesitados.
Fin.
martes, 28 de abril de 2015
Oprobio
Le miraba una y otra vez. No podía dejar de observar sus labios, se abrían y cerraban pronunciando toda una sarta de palabras. Apenas podía entender todo lo que me decía. Sus ojos, hieráticos, se clavaban en los míos. Por más que quería no encontraba ni siquiera un atisbo de lo que antes nos había unido. Maté el tiempo, y ella agonizó en mis manos.
jueves, 12 de marzo de 2015
Madurez
Desperté en el
crepúsculo
Deshojando
margaritas.
Y mis manos ya no
eran mías,
Y mi mirada,
Vacía.
Perdida en el
infinito de los años,
De los campos llenos
de flores,
Que ante la
incipiente primavera
Bellas lucían.
Y miré mi rostro
En el arroyo silente.
Y sentí mi cuerpo,
Que ya no me
pertenecía.
Y vi que el tiempo
Se alejaba y
desvanecía.
Y palpé el silencio,
Y sentí la vida.
Y olí el perfume
De tu flor viva.
miércoles, 25 de febrero de 2015
Mi Caperucita Roja
Me despierto cada mañana con el
ruido de los pajaritos y salgo de mi
madriguera para enfrentarme a un nuevo día. Estiro lentamente mis patas
delanteras, mis patas traseras, muevo mi cola con gracia y agilidad mientras sé
que algunas de las ardillas que viven en el majestuoso árbol que hay junto a la
entrada de mi casa, me observan burlonas.
Mi olfato y mi astucia es lo que
me ha ayudado a salir de más de uno de los problemas en los que me he metido, y
es que para un lobo, a veces sobrevivir no es fácil… Algunos ya sabéis que
tenemos fama de ser los malos del cuento siempre. Pero no siempre lo que parece
real lo es.
Es la hora de mi desayuno, y
aunque he probado a comer bayas del bosque, manzanas, peras, nueces… no me
sientan nada bien y mi estomago se muere por un trocito de carne tierna y
jugosa. Puedo escuchar lo que dicen los conejos, que ajenos a mí saltan sobre
la hojarasca mientras corretean por el bosque. Me abalanzo sobre el más grande,
un conejo marrón que emite un chillido débil aunque lo suficientemente sonoro
como para advertir de mi presencia a los demás conejitos que huyen.
No puedo más que decir que ha
sido un bocado dulce, tierno y exquisito. Sus huesos sonaban al ir partiéndose
en mi boca como un chasquido sublime para mis oídos. Es hora de disfrutar de
una pequeña siesta, después de todo, hoy no tengo demasiado entretenimiento
aquí en el bosque.
Mira, por ahí viene la niña esa que pasa cada día
con su chaqueta roja. La niña a la que todos los animales del bosque llaman Caperucita Roja. Una niña arrogante e
insidiosa que se pasea cada mañana con la cestita de dulces para su abuela.
¿Y si me como a la niña? Lo mismo
me indigesto, mejor que no, que luego uno coge fama y ya no se la quita nadie.
Ya coge una florecita de aquí, ya
la coge de allí. La he visto coger renacuajos en la charca, y luego los deja
fuera del agua para que se mueran…
Por más lobo que sea todavía no lo entiendo,
¿cómo se le ocurre a sus padres mandar a una niñita al bosque a ver a su abuela?,
y es que, no sé si son mis años o el tiempo que he estado encerrado, pero, no
es normal... y, ¿cómo puede estar una pobre viejecita viviendo sola en una zona
tan aislada en el bosque? La pobre abuelita, con su pelito gris perlado,
siempre espera a la niña cada mañana.
Hoy no le voy a decir nada a la
tonta esa de Caperucita Roja. Se va a quedar con las ganas, a mí qué me importa
adónde va, ni qué lleva en la cesta. Si total, aquí la única humana que vive,
es su tierna abuelita.
martes, 17 de febrero de 2015
Lujuria
Me desciendes hasta mis infiernos
con tus ojos.
Y, en el anhelo eterno, espero.
El abrazo roto que no me das,
La palabra dulce que no
pronuncias.
Y me pierdo en tu sonrisa,
Que burlona me incita,
A recorrer tu cuerpo,
Con mis ojos, porque con mis
manos no puedo.
Y el silencio se instala como un
muro nuevo.
En el que chocan nuestras
palabras,
Nuestras miradas y nuestros
deseos.
domingo, 25 de enero de 2015
Despedida
Y, ahora, ya no queda
nada más que el silencio.
El silencio sonoro de
un adiós prolongado.
La palabra que en la
garganta se ahoga sin ser pronunciada,
Y que se enquista en
el alma.
Porque ya no nos
queda, ni hoy, ni ayer, ni mañana.
El agua erosiona la
roca y en ella la paz halla.
Y, ahora, ya no
llores, ni murmures, sólo calla.
lunes, 19 de enero de 2015
Eternidad
Desde el otro lado te dicen que sólo tienes dos minutos. Piensas que tienes tiempo más que suficiente para todo. Llamas a tu mejor amigo y le dices que emprenderás un largo viaje. Marcas el número de tu ex y le dices que fue lo peor que te pasó en la vida y que la dejaste porque lo único que tenía lleno era su armario. Sientes como el frío del acero acaricia el cielo de tu boca y un escalofrío se va expandiendo por el resto de tu cuerpo. Disparas y, ya sólo sientes el silencio.
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