Seguidores

MUCHAS GRACIAS

SIN VOSOTROS ESTO NO SERÍA LO MISMO. GRACIAS POR ESTAR EN ESTE SITIO.

Tranquility

viernes, 30 de noviembre de 2012

Insomnio



Todos duermen y yo, intranquilo, me levanto y voy hacia la cocina. Todo sigue en el mismo lugar que hace media hora, nada ha cambiado, la ventana entreabierta deja pasar la luz de la calle. El último vaso de leche reposa sobre el fregadero junto a los otros tres.
Sí es el cuarto vaso de leche que me he tomado, con su azúcar y un poco de ese café descafeinado de oferta del supermercado que compra mi mujer. Debería dejar de tomar tanta leche, no me sienta bien y el médico me ha dicho que no tolero la lactosa, ¿qué sabrá ese? Toda mi vida la he tomado y me ha sentado bien, desde niño con pan y sin pan, con azúcar y sin ella, con hambre y sin hambre. Lo que no me sienta bien es esta maldita vida que llevo siempre trabajando, no he tenido un solo día de descanso hasta ahora, y claro, a mis años ¿qué voy a hacer ya? “No eres necesario, vamos a prescindir de ti, es hora de viajar” Cincuenta malditos años de mi vida en el mismo sitio partiéndome el lomo por sacar la fábrica hacia delante. El nuevo director ha llegado con fuerza, es duro que te despidan, y, mucho más cuando es tu propio hijo.

viernes, 23 de noviembre de 2012

La Bailarina



El ambiente en aquel tugurio invitaba a tomar más de una copa de alcohol. Bastantes me habría tomado o incluso la botella entera de whisky de no ser porque había perdido el dinero entre tanto golpe y el trajín de recorrer inextricables callejones intentando salvar lo que me había dejado el sicario que me perseguía: mi propia vida. Me planté en mitad del local intentando encontrar la puerta de los aseos; vi salir a un hombre de detrás de una cortina que daba paso a un pasillo estrecho y deduje que al final  estarían. Me dirigí hacia allí y encontré lo que estaba buscando. Abrí el grifo no sin antes mirarme un par de veces en un espejo carcomido y enmohecido por lo años que solo Dios sabe llevaría allí colgado. La ceja derecha me sangraba, aún tenía un hilito de sangre que recorría toda mi cara aunque interrumpido a la altura de la mejilla. Me  lavé  y recompuse un poco mi aspecto. Las canillas de las piernas aún me temblaban del esfuerzo. ¡No estaba acostumbrado a correr! Me dirigí a la barra donde un camarero de aspecto lánguido servía licores entre movimientos  carentes de toda gracia, preso del aburrimiento del que lleva muchos años haciendo el mismo trabajo. Me bebí de un solo trago el whisky que le había pedido. Al principio entró abrasando la garganta y cuando sentí su calor en mi estomago ya le estaba haciendo señas para que me sirviera otro. Volví a beberlo de un sorbo. Sentí como se me aflojaban los músculos poco a poco, cómo me iba relajando y mi cuerpo iba alcanzando una liviandad extraña para mi. Esa sensación de relax la rompió una melodía monódica y una bailarina que vestía una túnica transparente  delicadamente bordada apareció en escena. La mujer era extremadamente bella y, su cabello, como las crines de un pura sangre negro hacía juego con sus ojos que te invitaban a seguir cada uno de sus gestos. La cadencia de sus movimientos era hipnótica y pronto me di cuenta de que la bailarina estaba frente a mi. El sigilo con el que se movía me embelesaba y hacía que mi sangre hirviera en mis venas. Ardía en deseos de tocarla. Me sentía mareado por momentos, un olor a marihuana llegaba a mi olfato y penetraba tan intensamente como si la estuviera fumando yo mismo. La bailarina se acercó a mí y me susurró algo al oído que no pude entender. Tenía todos mis sentidos embotados y eso no era normal; apenas había tomado dos copas. Yo soy un hombre corpulento necesito mucho más de lo que había bebido para perder la noción del tiempo como la estaba perdiendo en esos momentos. Sin embargo, algo rondaba por mi mente, ¿cómo era posible que aquella mujer se fijara en mi cuando había tantos hombres en el local? ¿Dónde la había visto yo antes? No podía recordar donde la había visto, estaba seguro de que la conocía de antes. La gente parecía no darse cuenta de todo lo que estaba sucediendo entre la ella y yo. Asistían inamovibles al espectáculo, desde el viejo que fumaba su pipa en un rincón distraído con en el humo, hasta los que estaban en las diferentes mesas. Tenía la sensación de que todo eso giraba en torno a mí, de que estaba todo preparado, una déjà vu.
Me resbalé del taburete en el que estaba sentado y al caer al suelo vi como dos hombres intentaban levantarme. Cuando desperté me encontré en una habitación toda acolchada y los dos hombres intentaban ponerme una camisa de fuerza. Una enfermera de pelo negro insistía en que me  tranquilizase.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Tiempo de Soñar




Líbame cual mariposa coloreada
entre flores escondida,
la desazón que tengo,
la amargura que me acecha
la pena que me consume
y mi vida maltrecha...

Con tinta de besos,
con letras dibujadas con caricias
en los renglones de nuestro cuerpo
con nuestros dedos hambrientos
de roces, abrazos y alientos.

Nos aislamos tras parapetos de seda
entre lienzos y maderas nobles
de camas desechas al alba.
Una brisa fresca nos acaricia,
como la mano de nuestra madre
que despacio mecía nuestra cuna.
Un rayo de sol preñado de polvo,
me devuelve tu imagen más bella que ninguna.

Y me arrojas a una espiral de otoño,
seca como las flores de los geranios de patios andaluces.
Mis brazos se extienden a modo de parra que busca el sol,
para hallar tu cuerpo, y solo encuentro mis manos vacías
aferradas a una fantasía.
Agónica me levanto, me miro al espejo
y veo mi cuerpo maltrecho, desgarrado y desolado;
e inicio un nuevo ciclo de esperanza y de vida.

Dejando mis lágrimas
rodar por mi cara,
mis manos vacías,
mi alma "partía";
y recojo los mil pedazos
de mi vida,
los jirones de mi corazón,
en silencio me encojo
y lanzo un suspiro de dolor.

martes, 6 de noviembre de 2012

El desván




Las viejas escaleras de madera llenas de carcoma crujían bajo mis pies. Cada paso era treinta centímetros de ascensión hacia lo desconocido. Nunca me atreví a subir al desván y llevaba años queriéndolo hacer. Desde niño mi padre me amenazaba con encerrarme allí cuando me portaba mal, cuando las trastadas que le hacía a mi hermano menor rayaban la perversidad, pero, acudía en mi salvación mi madre y como mucho me castigaban sin salir a la calle una semana. Ese tiempo transcurría entretenido en el salón de casa con los libros del colegio, jugando al trompo y molestando a  mi hermano cada vez que se presentaba la ocasión y mis padres no estaban presentes, claro está.
Había oído mil historias sobre lo que había allí arriba, desde las más inmundas ratas que me comerían los pies hasta murciélagos que en las noches de luna llena se convertían en vampiros y por las ventanas rotas salían en busca de su indispensable dosis de sangre. Intrigas que mi imaginación avivaba y en las noches de tormenta me impedían dormir. El corazón me palpitaba cada vez con más fuerza, el miedo era una mano que me empujaba en las dos direcciones. Avanzaba un paso y retrocedía dos, pero mi curiosidad era mayor, tanta como para sacar fuerzas de donde no las tenía y llegar hasta el último escalón.
La llave estaba colgada en un clavo al lado derecho de la puerta. Una llave muy grande, de hierro y  cuyo  óxido se pegó a mis dedos y a toda la mano. Antes de meter la llave en la cerradura miré por ella y apenas pude ver nada, una sombra tapó el agujero en ese momento. Mi reacción fue marcharme, bajar de dos en dos las escaleras, pero el miedo de la niñez no podría acobardarme ahora. La cerradura crujió dos veces, una en cada vuelta, y tras un fuerte empujón la madera  cedió dando paso a una estancia oscura y  amplia llena de muebles viejos, unos tapados con sábanas y otros por una densa capa de polvo. Las arañas deambulaban en su paraíso solo mancillado por mi presencia; las palomas que había en uno de los rincones aleteaban y daban topetazos unas con otras  más asustadas que yo. Allí no había restos de ratas ni de murciélagos ni de ningún otro animal que tanto miedo  engendró en mi niñez. Lo único que  llamó mi atención fue  una maleta de cartón piedra de color marrón que descansaba encima de una mesa esperando a que alguien la abriera. Me fui hacia ella con paso decidido, le revisé concienzudamente, la levanté y la miré por debajo, por encima, por los costados, tenía algunos roces pero nada serio. Se veía que no había viajado mucho, tal vez mi padre no la usó  por miedo a que se le deformara con la lluvia, el siempre viajaba en invierno. Recuerdo que solía hacerlo con una de piel roja, con unas hebillas y con una cerradura cuya llave se colgaba del cuello cuando salía de casa.
Abrí la maleta, en ella había recortes  de periódico amarilleados por el tiempo, cintas de radiocasete, un cortaúñas, monedas de otros países y un espejo.  Me miré largo tiempo en él buscándome.  Detrás del espejo había una nota pegada con un trozo de esparadrapo marrón que decía “Pablo, no tengas miedo a lo desconocido, ten miedo de ti mismo”  firmado: Papá.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Obsesión





Mis manías me llevaron a la consulta del psicólogo desde que era niño. La última visita fue ayer mismo, una consulta rápida en la que me mostré tal y como soy. Los diarios de hoy retratan el óbito de un hombre,  apuntaban que encima de su mesa había restos de uñas que no pertenecían al difunto. Mi madre siempre decía que morderme las uñas no me traería nada bueno.