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miércoles, 25 de febrero de 2015

Mi Caperucita Roja



Me despierto cada mañana con el ruido de los pajaritos  y salgo de mi madriguera para enfrentarme a un nuevo día. Estiro lentamente mis patas delanteras, mis patas traseras, muevo mi cola con gracia y agilidad mientras sé que algunas de las ardillas que viven en el majestuoso árbol que hay junto a la entrada de mi casa, me observan burlonas.
Mi olfato y mi astucia es lo que me ha ayudado a salir de más de uno de los problemas en los que me he metido, y es que para un lobo, a veces sobrevivir no es fácil… Algunos ya sabéis que tenemos fama de ser los malos del cuento siempre. Pero no siempre lo que parece real lo es.

Es la hora de mi desayuno, y aunque he probado a comer bayas del bosque, manzanas, peras, nueces… no me sientan nada bien y mi estomago se muere por un trocito de carne tierna y jugosa. Puedo escuchar lo que dicen los conejos, que ajenos a mí saltan sobre la hojarasca mientras corretean por el bosque. Me abalanzo sobre el más grande, un conejo marrón que emite un chillido débil aunque lo suficientemente sonoro como para advertir de mi presencia a los demás conejitos que huyen.

No puedo más que decir que ha sido un bocado dulce, tierno y exquisito. Sus huesos sonaban al ir partiéndose en mi boca como un chasquido sublime para mis oídos. Es hora de disfrutar de una pequeña siesta, después de todo, hoy no tengo demasiado entretenimiento aquí en el bosque.

Mira,  por ahí viene la niña esa que pasa cada día con su chaqueta roja. La niña a la que todos los animales del bosque  llaman Caperucita Roja. Una niña arrogante e insidiosa que se pasea cada mañana con la cestita de dulces para su abuela.

¿Y si me como a la niña? Lo mismo me indigesto, mejor que no, que luego uno coge fama y ya no se la quita nadie.

Ya coge una florecita de aquí, ya la coge de allí. La he visto coger renacuajos en la charca, y luego los deja fuera del agua para que se mueran…

 Por más lobo que sea todavía no lo entiendo, ¿cómo se le ocurre a sus padres mandar a una niñita al bosque a ver a su abuela?, y es que, no sé si son mis años o el tiempo que he estado encerrado, pero, no es normal... y, ¿cómo puede estar una pobre viejecita viviendo sola en una zona tan aislada en el bosque? La pobre abuelita, con su pelito gris perlado, siempre espera a la niña cada mañana.

Hoy no le voy a decir nada a la tonta esa de Caperucita Roja. Se va a quedar con las ganas, a mí qué me importa adónde va, ni qué lleva en la cesta. Si total, aquí la única humana que vive, es su tierna abuelita.



martes, 17 de febrero de 2015

Lujuria




Me desciendes hasta mis infiernos con tus ojos.
Y, en el anhelo eterno, espero.
El abrazo roto que no me das,
La palabra dulce que no pronuncias.
Y me pierdo en tu sonrisa,
Que burlona me incita,
A recorrer tu cuerpo,
Con mis ojos, porque con mis manos no puedo.
Y el silencio se instala como un muro nuevo.
En el que chocan nuestras palabras,
Nuestras miradas y nuestros deseos.