El
ambiente en aquel tugurio invitaba a tomar más de una copa de alcohol.
Bastantes me habría tomado o incluso la botella entera de whisky de no
ser porque había perdido el dinero entre tanto golpe y el trajín de
recorrer inextricables callejones intentando salvar lo que me había
dejado el sicario que me perseguía: mi propia vida. Me planté en mitad
del local intentando encontrar la puerta de los aseos; vi salir a un
hombre de detrás de una cortina que daba paso a un pasillo estrecho y
deduje que al final estarían. Me dirigí hacia allí y encontré lo que
estaba buscando. Abrí el grifo no sin antes mirarme un par de veces en
un espejo carcomido y enmohecido por lo años que solo Dios sabe llevaría
allí colgado. La ceja derecha me sangraba, aún tenía un hilito de
sangre que recorría toda mi cara aunque interrumpido a la altura de la
mejilla. Me lavé y recompuse un poco mi aspecto. Las canillas de las
piernas aún me temblaban del esfuerzo. ¡No estaba acostumbrado a correr!
Me dirigí a la barra donde un camarero de aspecto lánguido servía
licores entre movimientos carentes de toda gracia, preso del
aburrimiento del que lleva muchos años haciendo el mismo trabajo. Me
bebí de un solo trago el whisky que le había pedido. Al principio entró
abrasando la garganta y cuando sentí su calor en mi estomago ya le
estaba haciendo señas para que me sirviera otro. Volví a beberlo de un
sorbo. Sentí como se me aflojaban los músculos poco a poco, cómo me iba
relajando y mi cuerpo iba alcanzando una liviandad extraña para mi. Esa
sensación de relax la rompió una melodía monódica y una bailarina que
vestía una túnica transparente delicadamente bordada apareció en
escena. La mujer era extremadamente bella y, su cabello, como las crines
de un pura sangre negro hacía juego con sus ojos que te invitaban a
seguir cada uno de sus gestos. La cadencia de sus movimientos era
hipnótica y pronto me di cuenta de que la bailarina estaba frente a mi.
El sigilo con el que se movía me embelesaba y hacía que mi sangre
hirviera en mis venas. Ardía en deseos de tocarla. Me sentía mareado por
momentos, un olor a marihuana llegaba a mi olfato y penetraba tan
intensamente como si la estuviera fumando yo mismo. La bailarina se
acercó a mí y me susurró algo al oído que no pude entender. Tenía todos
mis sentidos embotados y eso no era normal; apenas había tomado dos
copas. Yo soy un hombre corpulento necesito mucho más de lo que había
bebido para perder la noción del tiempo como la estaba perdiendo en esos
momentos. Sin embargo, algo rondaba por mi mente, ¿cómo era posible que
aquella mujer se fijara en mi cuando había tantos hombres en el local?
¿Dónde la había visto yo antes? No podía recordar donde la había visto,
estaba seguro de que la conocía de antes. La gente parecía no darse
cuenta de todo lo que estaba sucediendo entre la ella y yo. Asistían
inamovibles al espectáculo, desde el viejo que fumaba su pipa en un
rincón distraído con en el humo, hasta los que estaban en las diferentes
mesas. Tenía la sensación de que todo eso giraba en torno a mí, de que
estaba todo preparado, una déjà vu.
Me
resbalé del taburete en el que estaba sentado y al caer al suelo vi
como dos hombres intentaban levantarme. Cuando desperté me encontré en
una habitación toda acolchada y los dos hombres intentaban ponerme una
camisa de fuerza. Una enfermera de pelo negro insistía en que me
tranquilizase.