Seguidores

MUCHAS GRACIAS

SIN VOSOTROS ESTO NO SERÍA LO MISMO. GRACIAS POR ESTAR EN ESTE SITIO.

Tranquility

jueves, 18 de septiembre de 2014

Resarcimiento




 Pudo ser una mañana igual al resto de las otras de no haber sido por ella. La calle silenciosa se vestía con el ruido procedente de las casas y los vecinos empezábamos nuestros  quehaceres casi al alba; ruidos de cazos y vasos de cristal que junto a ese olor a pan tostado y café recién hecho  inundaba mis sentidos abriéndolos a un nuevo día.  Poco a poco se deshacían las heladas en los tejados, las gotas de agua caían cadenciosamente al suelo como recuerdo de una noche fría y lluviosa  formando charcos en los que los niños se metían y sus madres les chillaban. El sol se abría paso entre las nubes y acariciaba su cara, ella se mesaba el cabello mientras se sentaba en el banco de piedra que había junto a la tapia del molino. Un muro de piedra y tierra  que dejaba entrever el patio  interior de la vieja almazara  por los boquetes que se le habían ido haciendo  con el paso de  los años. Ahora su interior  no era más que una gran superficie llena de máquinas desvencijadas y enmohecidas y en donde años atrás se almacenaba las aceitunas, ahora crecían la maleza y los  zarzales cubriéndolo  todo.
 Llevaba tiempo sin verla, a decir verdad más de diez años, y, apenas había cambiado. Seguía teniendo la misma cara, los ojos saltones y las facciones grandes; pero ese  aire de niña vieja delataba su edad. Su pequeña estatura  habría sido suficiente para ser el centro de las bromas de los demás y para que  despectivamente le llamasen enana, porque eso era, una persona pequeña; demasiado pequeña y con las manos gordas y esos  dedos cortos como sus piernas, que colgaban lacias y sin gracia ninguna de su cuerpo y parecían dibujadas sobre la piedra.
Yo la observaba a escondidas, en silencio. Apenas nos separaba la calle y sin embargo, ella no podía verme; ni siquiera intuirme, ni a mí ni a nadie. Las persianas, aún bajadas, servían de parapeto para quienes nos ocultábamos ante las miradas de los viandantes que poco a poco iban llenando la calle.  Ella  ajena a todo y a todos, en lo suyo, miraba su móvil y con sus pequeñas manos grotescas, ávida, hacía pasar las pantallas y ese sonido característico llegaba hasta mis oídos con toda claridad como la música machacona que hizo sonar en el aparato. Dos copleras que  cantaban  a voz en cuello “que no hay en la vida nada más importante que el beso de una madre”. Me reí para mis adentros solo de pensarlo.
Ella, en silencio, escuchaba la canción y miraba  su teléfono, a un extremo y a otro de la calle. Sus dedos tamborileaban el móvil y con  desgano sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo trasero de su pantalón. Lo giró  y con un golpe seco hizo que saliera uno de interior. Lo cogió y lo llevó a su boca. Siguió buscando en sus bolsillos algo con lo que encenderlo.  El humo del tabaco llegó hasta mí y tuve que hacer un esfuerzo para contener la arcada que me produjo. Nunca pude fumar hasta después de las doce de la mañana y el solo hecho de olfatearlo me daba asco. Buscaba a alguien o esperaba algo. Sus ojos destilaban el perfume ácido del recuerdo agrio y, tras restregarlos varias veces con el dorso de su mano, se quedó mirando como las bocanadas del humo que aspiraba sutilmente se deshacían y se perdían  izándose y enredándose en su pelo.
Aún era Navidad y del balcón de mi casa colgaba una de esas imágenes del Niño Jesús. Ella, de vez en cuando, depositaba sus ojos en el Niño y lo miraba en actitud desafiante. Como si alguien o algo tuviera la culpa de todo aquello que sentía en ese momento. Como si esa imagen fuera la directora de todos los destinos posibles que nos acechan a  las personas; como si esperase que saliera alguien de la casa, tal vez me esperaba a mí o a quién sabe.


Aquella noche fue diferente a las demás, salimos como cada viernes. Todos nos esperaban en el bar de siempre y entre risas y bromas pasábamos  el rato.
—Me acompañas al baño— me dijo con una voz casi inaudible.
—¿Qué?
—Que me acompañes, tengo algo que decirte.
—Vamos— le dije mientras con mi mano le indicaba que ella fuese primero y que yo la seguiría. Entramos y cerramos la puerta.
—Estoy embarazada. Lo tengo que abortar.
Así sin más me lo espetó, y por más que le pedí que me dijera quién era el padre solo el silencio salió por su boca.
—¿Pero como ha pasado, es alguien del grupo? Tu padre te va a matar, cómo has estado? No me lo puedo creer Pamela, no pusisteis medios, de cuánto estás?
—Me enteré hace una semana.
—¿El padre lo sabe? Se hará cargo de ti, y de todo, ¿verdad?
—No. No quiere saber nada de niños, me ha dicho que si esto se sabe su vida social se vería afectada.
—¿Su vida social? ¿Qué vida social? ¿Acaso no lo pensó antes de hacerlo? Menudo sin vergüenza estará hecho. Dime quién es, somos amigas de toda la vida. Yo hablaré con él.  A ese tiparraco hay que cantarle las cuarenta—Mi furia crecía por momentos, cómo podían haberle hecho algo así a mi pobre Pamela, si era una niña en grande, inocente y dulce.
—No, mejor no. Me engañó, me dejé llevar y fíjate las consecuencias. Decía que estaríamos juntos, que lo nuestro era una historia de amor verdadero y yo como tonta me lo creí. Nadie se enamora de nadie como yo. Solo me utilizó para llevar a cabo sus fantasías…
—No digas eso Pamela, no es verdad, tú eres una buena persona, pequeña, pero grande por dentro. Ese canalla te ha utilizado y ahora si te he visto no me acuerdo. Anda, vámonos a tu casa, te acompaño. Si necesitas mi ayuda para decírselo a tus padres… Tal vez mis padres puedan echarte una mano con todo esto, ya sabes lo mucho que te quieren. Les pediré que hablen con los tuyos y entre todos lo solucionaremos.  No eres la primera ni la última a la que le pasa esto Pam
—Vamos, ya me las apañaré yo con ellos. Pero esto no se lo cuentes a nadie. Y a tus padres mucho menos. Prométemelo.
Nos marchamos del bar y aquella noche no pude dormir. Ni las siguientes tampoco, no sé si ella lo pudo hacer. Una semana después fui a buscarla a su casa y sus padres me dijeron que se había marchado, que tardaría en volver si es que lo hacía alguna vez.  Los rumores empezaron a correr de unos a otros y se hacían cábalas sobre quién era el padre.


El movimiento de sus ojos me embelesaba, sentía una sensación extraña que me envolvía y me paralizaba nublando mi entendimiento. Por un lado tenía frente a mí a mi amiga, con la que compartí tantos juegos desde niña, y por otro la veía como a una extraña. Las últimas lluvias socavaron los cimientos de la tapia del viejo molino, tenía desprendido una parte y el resto apena se mantenía en pie.  No puede o no quise, aún me lo pregunto con el paso de los años,  alertarla cuando la tapia se derrumbó sobre ella. Bajé las escaleras a toda prisa y salí a la calle, pero, cuando logré llegar hasta donde ella estaba su cuerpo estaba cubierto por un amasijo informe de piedras y barro. Sus manos quedaron fuera y sus dedos regordetes se enrollaban unos sobre otros. A gritos llamé a los vecinos que acudieron en poco tiempo. Despejamos todo lo que la tapaba. Un hilillo de sangre salía de su boca y  el color cianótico de sus labios me produjo una paz inusual y que con el paso de los años no consigo olvidar. Al fin quedaba vengada la separación de mis padres, y el vacío que me corroía por  no haber conocido a mi único hermano.