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Tranquility

domingo, 18 de marzo de 2012

Trabajador por cuenta ajena


El hombre soltó su maletín encima de la mesa del despacho, se sirvió un whisky en un vaso que estaba discretamente oculto tras un jarrón chino enorme. Su mujer entró en la habitación y con un contoneo sigiloso se dirigió hasta él: “¿Qué tal el  trabajo?”  El bebió un trago largo y contestó: “Como siempre, todos mis  trabajos  acaban en silencio”

El vecino



Todos los días salía a la misma hora por el portal del edificio donde vivía. El rictus congelado de su rostro era el saludo matutino para todos los que se cruzaban con él.
Imponía, y mucho, tanto que los niños nos pasábamos  a la otra acera por miedo a que nos dijera alguna palabra para engatusarnos y sacarnos las tripas como las abuelas nos decían machaconamente cada día. Le seguí, las carnes me temblaban pero tenía que ver dónde iba cada día. Esa incertidumbre se había apoderado de mi y anulaba mi miedo fortaleciéndome. Cruzamos varias calles y al final entró en un soportal con un letrero que decía: “Escuela de sordomudos”.