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Tranquility

domingo, 5 de febrero de 2012

Ausencia



   El invierno más crudo sobrevino asomando sus fauces sin piedad. La noche había caído sobre los campos y el viento zarandeaba los cristales de las viejas farolas que tenuemente alumbraban las calles.
  Dooong, dooong, dooong y así hasta diez veces sonó la campana del viejo campanario de la iglesia mudéjar del pequeño pueblo. Los perros aullaban en la calle y el mío lloraba triste al lado de la chimenea encendida. Las llamas rojas y amarillas bailaban al son del crepitar de las maderas de olivo reseco.
  Estaba confusa, temblorosa, todo giraba a mi alrededor. Una arcada hizo que mi cuerpo se doblara y sentí como  toda mi sangre se agolpaba en mi cabeza nublando mi entendimiento.
  De pronto un golpe seco en la puerta me sacó de aquella rueda de sonidos y voces que martilleaban mi cabeza. Me dirigí hacia la puerta, dudé si la abría o no. Mis piernas se paralizaron y el corazón se salía por mi boca, otro golpe y una voz desde el exterior me dijo:
  -Abra la puerta, sabemos que está ahí-.
  Inmóvil delante de la entrada levanté mi mano derecha y su visión me horrorizó. Giré el pomo y la puerta cedió impetuosamente dando paso a dos hombres vestidos de policía.
  -Tranquila, suelte lentamente el cuchillo- dijo uno de ellos sin apartar sus ojos de los míos.
  Su voz me sacó del trance en el que me encontraba, me volví sobre mis pasos y pude contemplar toda la escena dantesca que había en mi salón.  Un hombre yacía en el suelo bañado en sangre y los muebles estaban desparramados por el suelo.  Sin duda, yo lo había matado.