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Tranquility

domingo, 6 de noviembre de 2011

Flor seca I



Él caminaba hacia mí con los ojos fijos en el suelo. Nos acercábamos cada vez más. Hacía mucho tiempo que no nos encontrábamos a pesar de vivir en el mismo pueblo. Sin duda los años habían hecho mella en nuestros cuerpos. Yo ya no era la chica grácil de la infancia; que me subía en todos los sitios siguiendo a los niños cuando se perdía el balón. Él tampoco lo era.
Dentro de mis pensamientos me asaltaban todo tipo de preguntas acerca de cómo le iba la vida. Cada vez  aligeraba más su paso y miraba la acera como quien va sorteando charcos en un día lluvioso. Hacía un sol radiante que casi cegaba la visión si mirabas los reflejos de sus rayos.
Nos cruzamos, codo con codo, yo lo miré pero él seguía absorto en su mundo. Creo que ni siquiera me vio…
Atrás quedaron años de amistad, de juegos infantiles, de chucherías los sábados después de la misa, de risas y fiestas de juventud. Sentí que de mis manos se escapaba la tierra seca de una planta que llevaba mucho tiempo sin regarse, abandonada en un pequeño jardín.
 La desazón que sentía, me hizo volver la cabeza para llamar su atención, pero él ya había desaparecido.


Flor seca II


Son ya las dos de la tarde, hoy he caminado demasiado, estoy sudoroso. Mis padres me deben de estar ya esperando para comer, a mis casi cuarenta años aún vivo con ellos. Encima por ahí viene Laura. Mejor me hago el loco, siempre he sido distraído y ella lo sabe. ¡Con la de tiempo que hace no nos vemos y me toca hoy con esta pinta! Seguro que va a recoger a su hija al autobús escolar. Es un preciosidad, ¡claro se parece a ella de pequeña!
Lo mismo no me reconoce, he adelgazado bastante. Me estoy acercando, mejor miro al suelo. Intuyo que me mira puedo sentir sus ojos en mí.

El encuentro



Habían tenido que pasar veinticinco largos años para que Laura y Carlos se dieran ese abrazo. La vida que parecía unirlos los llevaba ahora por diferentes caminos, y, como en aquella fría mañana del mes de marzo, Clara había tenido algo que ver en el reencuentro.
Carlos estaba en la puerta de la iglesia con el motor de su coche arranchado mordisqueándose las uñas mientras esperaba que saliera Clara, su hermana, para que le dijera si Laura le había dado el “sí quiero” a Alberto, su mejor amigo.
Apagó la colilla del cigarro pisándola enérgicamente con la punta de sus relucientes zapatos negros, cuando vio asomar la cara compungida de su hermana por el pórtico de la iglesia de aquel pequeño pueblo.
Su gran amor había elegido a su amigo; aún albergaba la esperanza de que se arrepintiera en el último momento. Ella tal vez quiso evitar un gran escándalo. Carlos no podía permanecer más allí, era él quien estaba sobrando.
Clara le puso a su hermano un telegrama, diciéndole que su gran amigo había fallecido tras un infructuoso y desgraciado matrimonio plagado de reproches e infidelidades. Él cogió lo imprescindible para volver y estar al lado de Laura en esos duros momentos.
Ese beso, a solas en su biblioteca, fue un beso de alivio para ambos.