Seguidores

MUCHAS GRACIAS

SIN VOSOTROS ESTO NO SERÍA LO MISMO. GRACIAS POR ESTAR EN ESTE SITIO.

Tranquility

lunes, 9 de abril de 2012

Consultorio Médico





    Aquí estoy, hace unas horas que ha amanecido y se presenta un día rutinario. Trabajo de cara al público, sí me gusta el contacto con la gente. Normalmente puedo estar en grandes superficies, o en pequeños comercios pero ahora desde hace un tiempo estoy en un consultorio médico. Cada día han de pasar por delante de mi cada uno de los pacientes  antes de que el médico los atienda. Y la verdad mi trabajo es muy fácil, aunque me abran las entrañas de vez en cuando, pero con un gesto dulce  de la enfermera que delicadamente unas veces, y otras, con un fuerte tirón me coloca el papel indicador del turno de cada uno.  Sí, eso soy, el testigo mudo de muchas historias que cada día acontecen en un consultorio médico pero que podía estar en cualquier otra parte. Aunque dicho sea de paso, prefiero estar aquí que aunque a veces el murmullo me haga pensar que estoy en un mercado, normalmente reina el silencio y me encuentro más acomodado.
   El viejo y desangelado reloj de la iglesia ha dado las “treinta” son las ocho y treinta de la mañana y las puertas del centro de salud se abren para el trajín diario de propios y ajenos. Cada uno en su sitio, sin distracciones, con caras sonrientes y muecas agradables para  aquellos que en el mejor de los casos solo tiene un simple resfriado o vienen a por una receta. Y yo, bien visible, mi sitio en un lado de la sala a una altura conveniente y discreta que sea del alcance de la mayoría de la gente. Cualquier día de estos me van a quitar sin más miramiento y me lanzarán a la caja de los cacharros para tirar a la basura y pondrán la cita previa para que así no se agolpen los pacientes en la sala ni se líen las colas interminables como si aquí en vez de venir al médico por enfermedad se repartieran vacaciones pagadas, o mejor en los tiempos que corren, puestos de trabajo.
   Hay manos suaves que se deslizan sobre mí y cogen el ticket con su turno con tanta delicadeza que no me importaría que viniesen cada día a la consulta, supongo que a otros sí, pero a mí no; como es el caso de María la viuda del “Partío” aunque hace meses que su marido falleció, cada lunes sin falta viene a por la recetas para el finado. La pobre entra llorando diciendo lo enfermo que está su Antonio y que si se va a morir uno de estos días, “me quedo sola en el cortijo” se lamenta a cada rato.
“Pobre María” comentan todos los presentes, “se le ha ido la cabeza, quería tanto a su marido, desde cría que estaba con él, si nada más venir al pueblo se ennoviaron” dicen otros;  no saben si su soledad le ha hecho enloquecer o que se hace la loca para aliviar su soledad y con su cantinela de cada lunes se entretiene de su anodina vida y de paso aligera su tristeza. Y para tristeza la del “Tuerto" entre que ve poco y escucha casi nada, cada vez que viene se tropieza con alguien y las voces se escuchan desde el fondo del pasillo hasta la puerta de entrada. Sus manos toscas casi siempre acaban dándome algún golpe, porque el papel se me atranca, y con sus dedos regordetes no puede cogerme.  Está solo, toda la vida con sus animales tirado en la montaña cuidando el ganado y alimentándolo con los pastos. Tuvo una novia de joven, pero le dio a elegir entre ella o las cabras; y éste eligió el ganado que aunque era más trabajado al menos le permitía hacer lo que le diera la gana. Ahora se ve sin mujer y sin ganado. Tuerto por una cornada de un macho y sordo por la edad. Acompañado por su bota de vino en las noches largas de invierno y la copa de aguardiente en las mañanas frías. Cada mañana cuando se afeita frente a su carcomido espejo se dice lo mismo “Ay Tuerto que tienes las últimas orejas puestas... si te hubieras quedado con aquella zagala que pretendiste no estarías más solo que la una, ¿de que te ha servido hacer lo que querías, ir de farra en farra y estar tirado en el monte? Si ahora no tienes ni mujer, ni hijos ni a nadie a quién le importes”.
   Luego está María Elena, viene todos los días aunque no suele pasar adentro a la consulta. Viene sonriendo, sus labios sonríen pero sus ojos lloran, y con su gracejo natural va vendiendo sus cupones uno tras otro, alegrando a lo que están presentes en las primeras horas de la mañana. Si yo tuviera vida propia, me estiraría con tanta fuerza hasta llegar a sus manos y ponerme suavemente en ellas; tal vez así se detendría en su esfuerzo por aparentar que está bien cuando no lo está. Nadie se da cuenta, ni siquiera su hijo, bueno ese menos que nadie, tanto le ha hecho sufrir a la pobre María Elena que aún sin ella saberlo se está muriendo de la pena que tanto ella intenta esconder a los demás.
Da lo mismo que sea invierno que verano, el mismo trabajo, las mismas caras, yo sigo aquí en mi sitio, y vosotros en el vuestro.