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sábado, 22 de octubre de 2011

La Mentira


  Angélica cogió una copa de vino, y la miró detenidamente. Trataba de buscar en ella algo que la reviviera en ese instante. No había nada que la hiciera reaccionar, se sentía perdida. Una mentira piadosa había sido la culpable de todo lo que le estaba pasando ese día. Por mucho que ella le había dicho, no era suficiente para que Alberto la perdonase. Ya no confiaba en ella. Se había roto la magia; ese hilo invisible que los unía, y que por muchas vueltas que diera la vida, por muchos nudos que se le hicieran jamás se partiría. Cerró los ojos, como queriendo borrar todo lo que vivió, la imagen de Alberto enfadado, gritando mientras cogía sus cosas. Aún resonaba en sus oídos el golpe de la puerta cuando éste salió de casa.
   Ella seguía mirando la copa de vino tinto, rojo como la sangre. La suya le hervía en las venas después de toda la ofuscación. En el otro lado de la mesa estaba la copa de Alberto, sola en una esquina al lado de la botella. Una  botella de vino tinto, que pretendía ser el elixir de una noche de amor, una noche que la desventura tornó en desidia. Alberto se sintió engañado, ninguneado cómo si Angélica hubiera estado jugando a dobles con él y con su ex pareja.
  Cogió la copa de vino, y después de secarse las lágrimas, la llevó a sus labios y bebió. Luego, levantó la copa y la miró para ver los destellos granates, olió el aroma intenso afrutado y con un toque de vainilla. Volvió a beber, era fresco, ligero y con la acidez justa. Se sintió aliviada, al menos sus nervios se relajaron un poco; el vino le ayudó a aguantar el envite del llanto. Se dejó caer en el sillón, en silencio, con la mirada perdida en ninguna parte. Sus pensamientos alborotados, como también lo estaba el salón. Por más que se preguntaba a sí misma, no entendía cómo había acabado la noche así. Cada uno por un lado y la mesa puesta con las copas de vino que eran los únicos testigos de lo que allí había pasado. Dos copas tulipas, que parecían que se reían burlonas de toda la escena. Nunca imaginó que acabaran las cosas así, era la única persona que de verdad le había interesado en la vida. La única que le había enseñado lo que significaba que la quisieran. El único hombre con él que la palabra amor tenía significado. Por no hacerle daño, retrasó contarle una cosa, y fue su perdición, el creía que otras veces también le había mentido.  El llanto acampó de nuevo por el rostro de Angélica, entre suspiros y sollozos se quedó dormida con las primeras auras del día.
   La cerradura de la puerta crujió con el giro de la llave desde el exterior. Alberto llegó a la casa y se encontró todo tal y como la noche anterior se había quedado. Lo único diferente era la botella de vino ya vacía, tirada en el suelo junto al sillón donde dormía Angélica. Su copa de vino, estaba intacta en el mismo sitio donde la puso la noche pasada. Corrió las cortinas y se sentó en el sillón situado al lado del que ocupaba Angélica. En silencio esperó que ella se despertara, sin decir ni una palabra. Un mal entendido no podía acabar con cuatro años de amor, él no la quería perder.
  Los rayos del sol entraban por la ventana, acariciaban la cara de Angélica haciéndola si cabe más hermosa a los ojos de él. Despertó y lo vio sentado en frente de ella, no supo qué decir. Alberto se levantó y la cogió por sorpresa de la cara, y la besó en los labios y luego en la frente.