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Tranquility

viernes, 6 de enero de 2012

Amor persistente


Atardecía. Las primeras sombras de la noche dejaban entrever los cuerpos a través de  las ventanas que tenían las luces encendidas del edificio. Se levantó un suave viento que acariciaba mi cara y mecía las hojas de los árboles del parque en el que estaba sentado esperándola. Había soñado tantas veces con encontrarme con ella ahí, cara a cara, a la salida del colegio. Me arreglé mi chaqueta, la sacudí concienzudamente para eliminar la más mínima partícula que pudiera entorpecer el encuentro. Movía mi cabeza en todas las direcciones, y nadie aparecía. Bueno, sí, pero eran personas anónimas que nada me decían, solo caras levantadas al frente con un caminar casi mecánico que los llevaban de un lado de la ciudad hasta otro. Abuelos con sus nietos, que  cuidaban mientras sus padres atesoraban bienes con los que subsistir por medio del trabajo, pues riquezas pocas... Jubilados que jugaban a la petanca, perros ansiosos del espacio cercenado por sus dueños en minúsculos pisos, madres con sus hijos, corrillos de abuelas que contaban chascarrillos de tiempos pasados y sus risas, que se escuchaban desde donde yo estaba, y que alguna vez arrancaron la mía
Era a la vez una mezcla de ruido y silencio, yo permanecía sentado con todos mis sentidos alerta para ver si pasabas por delante de mis ojos que te buscaban con toda la ansiedad que podía. Día tras día, estaba ahí sentado con la única ilusión de verte. “Tal vez se acuerde aún de mí” pensaba dentro de lo más profundo de mi ser, al fin y al cabo fuimos compañeros de clase durante muchos años; aún recuerdo el olor que desprendías al pasar delante de todos los niños, lavanda. ¿Seguirás oliendo a lavanda?
Se abrieron las puertas del colegio, salieron los niños en desbandada, como siempre. La algarabía que formaban me transportó a nuestros años de inocencia plena. Me puse mis gafas, para poder verte. Mis ojos ya no son lo que eran, apenas sí distingo una “Be” grande de una “uve” chica.
Ahí estabas tú, en la puerta de madera que tantas veces habíamos cruzado juntos, que nos aislaba del mundo para enseñarnos lo que era el mundo... y cómo sobrevivir en él.
Han pasado los años, te sigo viendo hermosa, ya no luces la lozanía de antaño. Pero mis ojos entristecidos y achicados por los años siguen viendo a esa niña saltarina, rubia, con trenzas atadas con lazos de múltiples colores, que se sonrojaba con una miraba, y que me regalaba un dulce e inocente beso en la mejilla cuando le ofrecía una chocolatina. La vida nos llevo por diferentes caminos, a mí por el lado  equivocado y a ti por las manos de  Dios.
Cada día vendré mientras me queden fuerzas a ver cómo te despides de los niños del colegio e imaginaré que esas sonrisas son para mí, y esos besos que lanzas con tus débiles manos también son míos. Me sentaré en este banco con la esperanza de que alguno de estos días te fijes en este viejo, aunque mi cara ajada por los años no te devolverá la imagen que tenía el día en que nos dimos nuestro único beso.