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domingo, 6 de noviembre de 2011

El encuentro



Habían tenido que pasar veinticinco largos años para que Laura y Carlos se dieran ese abrazo. La vida que parecía unirlos los llevaba ahora por diferentes caminos, y, como en aquella fría mañana del mes de marzo, Clara había tenido algo que ver en el reencuentro.
Carlos estaba en la puerta de la iglesia con el motor de su coche arranchado mordisqueándose las uñas mientras esperaba que saliera Clara, su hermana, para que le dijera si Laura le había dado el “sí quiero” a Alberto, su mejor amigo.
Apagó la colilla del cigarro pisándola enérgicamente con la punta de sus relucientes zapatos negros, cuando vio asomar la cara compungida de su hermana por el pórtico de la iglesia de aquel pequeño pueblo.
Su gran amor había elegido a su amigo; aún albergaba la esperanza de que se arrepintiera en el último momento. Ella tal vez quiso evitar un gran escándalo. Carlos no podía permanecer más allí, era él quien estaba sobrando.
Clara le puso a su hermano un telegrama, diciéndole que su gran amigo había fallecido tras un infructuoso y desgraciado matrimonio plagado de reproches e infidelidades. Él cogió lo imprescindible para volver y estar al lado de Laura en esos duros momentos.
Ese beso, a solas en su biblioteca, fue un beso de alivio para ambos.

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