Braulio cerró la ventana de su habitación de un golpe seco, estaba
desvencijada, y a veces se atascaba. Hasta ese momento el olor que se
percibía dentro de ella era a limpio, al fresco de las últimas noches de
primavera y la brisilla que penetraba dentro de ella llevaba los aromas
de azahar de los naranjos del patio y de un inmenso galán de noche.
Afuera el croar de las ranas de la alberca grande era el único ruido que
se podía percibir. En el silencio los cánticos amorosos de los
batracios eran el coro de fondo con el que los vecinos se dormían cada
noche.
Se quitó la ropa y la dejó caer encima de una vieja silla de anea que
junto a un catre y una cómoda era todo el mobiliario de la pequeña
habitación donde dormía. Una foto de Emilia, su esposa, junto con un
florero con una rosa eran todos los adornos que había en ese humilde
cuarto.
Después de mirar largamente la cara de ángel que tenía su mujer en
aquella foto color sepia carcomida por la vida misma se metió en la
cama, no sin antes acomodar la borra de la que estaba rellena el
colchón. Se hizo un hueco en el centro donde se arrellanó placidamente.
Para ese entonces el olor a alcohol mezclado con el de los animales que
él cuidada a diario en El Corral de Concejo, inundaba ya toda la
habitación haciéndola irrespirable para cualquier persona del común de
los mortales. Las paredes encaladas y desconchadas, llenas de humedad
por el techo, pedían a gritos una limpieza. Pero el pobre Braulio vivía
solo. Su mujer hacía años que había fallecido y sus dos hijos marcharon a
hacer las Américas. En el pueblo la única prosperidad que había pasaba
por las manos del señor que más tierra tenía, el cuál se servía de eso y
su caciquismo era total. Hasta el punto de llegar a exigir en prenda a
la mujer de algún jornalero, si la moza estaba de buen ver, a cambio de
unas peonadas en sus campos.
La vida para Braulio desde que aceptó de manos del cacique, el puesto
de guarda del Corral era cada día igual. Al primer canto de los gallos
estaba levantado y tras lavarse la cara en una palangana y vestirse, se
peinaba frente a un pequeño espejo enmohecido por los bordes y que
apenas le dejaba ver su cara curtida por los años al sol del campo. Se
afeitaba con una navaja y mientras se decía para sí mismo “Ay Braulio,
que pocas mañanas te quedan ya… cualquier día de estos amaneces más
tieso que el cordobán…” Cada arruga tenía un significado y cada marca un
recuerdo especial, como la que le partía la ceja derecha de sus tiempos
de milicia en la Guerra de África. En ella se tiró los siete años que
duró su servicio militar.
Después de un café de cebada con leche y sopas de pan se marchaba al
Corral donde estaba todo el día al cuidado de los animales que allí
estaban porque sus dueños no tenían espacio en la casa y de otros que se
escapaban de las fincas y acababan perdiéndose y los llevaban allí
puesto que ese sitio era un Corral comunal.
Cada mañana sin falta pasaban por la calle en dirección al colegio un
grupo de niños. Braulio se asomaba por un pequeño ventanuco y les
sonreía mientras pensaba “Pobres niños, ¿qué tendrán que hacer esas
manecitas para vivir cuando sean mayores?”. Los niños ufanos a todo iban
cantando una cancioncilla:
“Pasaron mil días en el calendario, y un día en un yate llegó un millonario”.
-¡Buenos días chiquillos! Cada día cantáis algo nuevo- les dijo sonriendo.
-¡Buenos días Braulio! ¿Podemos asomarnos a ver a los animales?-le dijo Tomas el hijo de la lavandera.
-Pero “tomasín” que vas a ir oliendo a cabras al colegio y la maestra doña Pura es muy tiquismiquis.
-Anda Braulio, ¡Por favor, déjanos entrar!- insistió Tomás.
Braulio que a pesar de parecer un hombre tosco y huraño, con los niños
se le hacía el corazón añicos y les dejó entrar a todos: Tomás el
primero, por supuesto; la pequeña Amalia y su primo José, el hijo del
practicante del pueblo. La única que no entró fue Marta Pérez que se
quedó en la puerta con cara de asco, y dándole tirones de la mano a una
muchacha de unos dieciséis años, tan linda como tímida, que según
habían comentado en el pueblo, había venido de una pedanía cercana para
ser dama de compañía de la niña que era hija única.
-¡Vamos niños! Que me alborotáis el corral con lo tranquilo que está
hoy. Además la señora doña Pura se va a enfadar con vosotros y de paso
conmigo.
Todos salieron corriendo, limpiándose los unos a los otros las
telarañas del corral y entre sonrisas y gritos Braulio vio como
trasponían la calle y él se metió de nuevo. Dentro de él sabía como iría
el día y como acabaría, lo mismo de siempre: el trabajo, esperar carta
de los hijos, y al atardecer ir a matar su soledad con unos tragos de
aguardiente a la taberna del Tirso.
Resposición.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande para todos.
María Eva.
Me ha encantado M, Eva. Me ha traido recuerdos de mi padre, que era de Mecina Alfahar, en la Sierra de Granada. Le has puesto todo el acento y corazón en el relato. Un trocito de vida latiendo en cada palabra. Muchas Gracias, por tu sensibilidad, y por hacernos sentir...
ResponderEliminarUn abrazo, Galilea
Insisto en que me gusta que repongas, María Eva.
ResponderEliminarUn texto muy pegado a la tierra, con sabor a ese sentimiento de pueblo que parece permanecer inalterable.
Un abrazo,
Has retratado un paisaje típico y narrado la historia de un personaje como tantos que existen por ahí.
ResponderEliminarBuen relato María Eva, te felicito.
Te dejo un beso
Hermosa historia donde se ve con claridad, la monotonía alumbrando la vida de Braulio, la monotonía de un hombre bueno que siente pasar la vida sin perspectivas de algo mejor. Muy bella. Un abrazo
ResponderEliminarUna historia de no ha muchos años...muy bien relatada y ambientada...con un lenguaje que aún me suena de antaño...un besote preciosa y un gusto leerte.
ResponderEliminarHacía mucho tiempo que no escuchaba o leía historias donde estuviera más o menos implícita la figura del cacique y lo uqe ello implica para sus asalariados.
ResponderEliminarUn placer leerte
Salduos
Me has llenado de ternura con Braulio. Su semblanza es muy hermosa.
ResponderEliminarMe ha gustado el olor a pueblo en este relato, porque lo has conseguido: que huela, y es todo un mérito.
Un abrazo grandote, María Eva.
Que bonito Eva, que dulcura tiene Braulio y que resignación mas bien llevada, incluso con alegría. Me gustan tus relatos. Si puedo pedir un deseo, el próximo un poquitín mas largo, me saben a poco.
ResponderEliminarBesicos de mil colores, desde el fondo de mi alma otro para ese Braulio.
Hermoso relato Eva, qué bien lo haces. He venido a traerte un regalo, pensando en las características del mismo , que puedes retirar en http://wwwaulaeempadoble.blogspot.com.ar/2012/10/premio-versatile-blogger-award.html. Espero te guste. Un gran abrazo.
ResponderEliminarMe ha encantado el relato de este personaje del que tantos existen aun por los campos.
ResponderEliminarLo de las reposiciones está bien para poder leer cosas que se nos han pasado.
un besote
Una muy lograda narración. Escribir es una forma distinta de pintar, y tu lo haces muy bien.
ResponderEliminarFelicitaciones.
Estas narraciones, nos llenan de emociòn, nacen en el mismo centro humano, donde se describe lo cotidiano de una forma sencilla y emotiva.
ResponderEliminarun abrazo
fus
Excelente relato....
ResponderEliminarCumprimentos
Gracias Maria Eva, viniendo de alguien como usted, su comentario es un honroso cumplido.
ResponderEliminarSaludo afectuoso.
Me gustó mucho,durante unos minutos fue como si viviera en ese pequeño pueblo.
ResponderEliminarBien escrito y el tema bonito.
Besos.