Pudo
ser una mañana igual al resto de las otras de no haber sido por ella. La calle
silenciosa se vestía con el ruido procedente de las casas y los vecinos
empezábamos nuestros quehaceres casi al
alba; ruidos de cazos y vasos de cristal que junto a ese olor a pan tostado y
café recién hecho inundaba mis sentidos abriéndolos
a un nuevo día. Poco a poco se deshacían
las heladas en los tejados, las gotas de agua caían cadenciosamente al suelo
como recuerdo de una noche fría y lluviosa formando charcos en los que los niños se
metían y sus madres les chillaban. El sol se abría paso entre las nubes y
acariciaba su cara, ella se mesaba el cabello mientras se sentaba en el banco
de piedra que había junto a la tapia del molino. Un muro de piedra y
tierra que dejaba entrever el patio interior de la vieja almazara por los boquetes que se le habían ido
haciendo con el paso de los años. Ahora su interior no era más que una gran superficie llena de
máquinas desvencijadas y enmohecidas y en donde años atrás se almacenaba las
aceitunas, ahora crecían la maleza y los
zarzales cubriéndolo todo.
Llevaba tiempo sin verla, a decir verdad más
de diez años, y, apenas había cambiado. Seguía teniendo la misma cara, los ojos
saltones y las facciones grandes; pero ese
aire de niña vieja delataba su edad. Su pequeña estatura habría sido suficiente para ser el centro de
las bromas de los demás y para que despectivamente le llamasen enana, porque eso
era, una persona pequeña; demasiado pequeña y con las manos gordas y esos dedos cortos como sus piernas, que colgaban
lacias y sin gracia ninguna de su cuerpo y parecían dibujadas sobre la piedra.
Yo la observaba a escondidas, en
silencio. Apenas nos separaba la calle y sin embargo, ella no podía verme; ni
siquiera intuirme, ni a mí ni a nadie. Las persianas, aún bajadas, servían de
parapeto para quienes nos ocultábamos ante las miradas de los viandantes que
poco a poco iban llenando la calle. Ella
ajena a todo y a todos, en lo suyo, miraba
su móvil y con sus pequeñas manos grotescas, ávida, hacía pasar las pantallas y
ese sonido característico llegaba hasta mis oídos con toda claridad como la
música machacona que hizo sonar en el aparato. Dos copleras que cantaban a voz en cuello “que no hay en la vida nada
más importante que el beso de una madre”. Me reí para mis adentros solo de
pensarlo.
Ella, en silencio, escuchaba la canción
y miraba su teléfono, a un extremo y a
otro de la calle. Sus dedos tamborileaban el móvil y con desgano sacó un paquete de cigarrillos del
bolsillo trasero de su pantalón. Lo giró y con un golpe seco hizo que saliera uno de
interior. Lo cogió y lo llevó a su boca. Siguió buscando en sus bolsillos algo
con lo que encenderlo. El humo del
tabaco llegó hasta mí y tuve que hacer un esfuerzo para contener la arcada que
me produjo. Nunca pude fumar hasta después de las doce de la mañana y el solo
hecho de olfatearlo me daba asco. Buscaba a alguien o esperaba algo. Sus ojos
destilaban el perfume ácido del recuerdo agrio y, tras restregarlos varias
veces con el dorso de su mano, se quedó mirando como las bocanadas del humo que
aspiraba sutilmente se deshacían y se perdían
izándose y enredándose en su pelo.
Aún era Navidad y del balcón de mi casa
colgaba una de esas imágenes del Niño Jesús. Ella, de vez en cuando, depositaba
sus ojos en el Niño y lo miraba en actitud desafiante. Como si alguien o algo
tuviera la culpa de todo aquello que sentía en ese momento. Como si esa imagen
fuera la directora de todos los destinos posibles que nos acechan a las personas; como si esperase que saliera
alguien de la casa, tal vez me esperaba a mí o a quién sabe.
Aquella noche fue diferente a las
demás, salimos como cada viernes. Todos nos esperaban en el bar de siempre y
entre risas y bromas pasábamos el rato.
—Me acompañas al baño— me dijo con una
voz casi inaudible.
—¿Qué?
—Que me acompañes, tengo algo que
decirte.
—Vamos— le dije mientras con mi mano le
indicaba que ella fuese primero y que yo la seguiría. Entramos y cerramos la puerta.
—Estoy embarazada. Lo tengo que
abortar.
Así sin más me lo espetó, y por más que
le pedí que me dijera quién era el padre solo el silencio salió por su boca.
—¿Pero como ha pasado, es alguien del
grupo? Tu padre te va a matar, cómo has estado? No me lo puedo creer Pamela, no
pusisteis medios, de cuánto estás?
—Me enteré hace una semana.
—¿El padre lo sabe? Se hará cargo de
ti, y de todo, ¿verdad?
—No. No quiere saber nada de niños, me
ha dicho que si esto se sabe su vida social se vería afectada.
—¿Su vida social? ¿Qué vida social?
¿Acaso no lo pensó antes de hacerlo? Menudo sin vergüenza estará hecho. Dime
quién es, somos amigas de toda la vida. Yo hablaré con él. A ese tiparraco hay que cantarle las cuarenta—Mi
furia crecía por momentos, cómo podían haberle hecho algo así a mi pobre
Pamela, si era una niña en grande, inocente y dulce.
—No, mejor no. Me engañó, me dejé
llevar y fíjate las consecuencias. Decía que estaríamos juntos, que lo nuestro
era una historia de amor verdadero y yo como tonta me lo creí. Nadie se enamora
de nadie como yo. Solo me utilizó para llevar a cabo sus fantasías…
—No digas eso Pamela, no es verdad, tú
eres una buena persona, pequeña, pero grande por dentro. Ese canalla te ha
utilizado y ahora si te he visto no me acuerdo. Anda, vámonos a tu casa, te
acompaño. Si necesitas mi ayuda para decírselo a tus padres… Tal vez mis padres
puedan echarte una mano con todo esto, ya sabes lo mucho que te quieren. Les
pediré que hablen con los tuyos y entre todos lo solucionaremos. No eres la primera ni la última a la que le
pasa esto Pam
—Vamos, ya me las apañaré yo con ellos.
Pero esto no se lo cuentes a nadie. Y a tus padres mucho menos. Prométemelo.
Nos marchamos del bar y aquella noche
no pude dormir. Ni las siguientes tampoco, no sé si ella lo pudo hacer. Una
semana después fui a buscarla a su casa y sus padres me dijeron que se había
marchado, que tardaría en volver si es que lo hacía alguna vez. Los rumores empezaron a correr de unos a
otros y se hacían cábalas sobre quién era el padre.
El movimiento de
sus ojos me embelesaba, sentía una sensación extraña que me envolvía y me
paralizaba nublando mi entendimiento. Por un lado tenía frente a mí a mi amiga,
con la que compartí tantos juegos desde niña, y por otro la veía como a una
extraña. Las últimas lluvias socavaron los cimientos de la tapia del viejo molino,
tenía desprendido una parte y el resto apena se mantenía en pie. No puede o no quise, aún me lo pregunto con el
paso de los años, alertarla cuando la
tapia se derrumbó sobre ella. Bajé las escaleras a toda prisa y salí a la
calle, pero, cuando logré llegar hasta donde ella estaba su cuerpo estaba
cubierto por un amasijo informe de piedras y barro. Sus manos quedaron fuera y
sus dedos regordetes se enrollaban unos sobre otros. A gritos llamé a los
vecinos que acudieron en poco tiempo. Despejamos todo lo que la tapaba. Un
hilillo de sangre salía de su boca y el
color cianótico de sus labios me produjo una paz inusual y que con el paso de
los años no consigo olvidar. Al fin quedaba vengada la separación de mis
padres, y el vacío que me corroía por no
haber conocido a mi único hermano.
Gracias a todos los que venís hasta aquí y dejáis vuestros comentarios, vuestro cariño y vuestra presencia. Perdón por no publicar como antes lo hacía y por no visitar vuestros blogs.
ResponderEliminarUn abrazo grande,
Eva
El destino a veces decide actuar sin que podamos hacer nada. Lo peor..., siempre nos quedará la pregunta...¿quien hubiera sido?
ResponderEliminarHasta pronto. Belén.
Bellísimo relato, Eva.
ResponderEliminarUn beso.
Como siempre; son excelentes tus relatos. Con un estilo muy propio y definido,
ResponderEliminarUn abrazo.
Es un bello relato con el sello inconfundible y personal, creo que podría identificar que es obra tuya, aunque no se viera tu nombre.
ResponderEliminarMe alegro mucho que retomes el blog, a ver si es posible verte con más frecuencia.
Enhorabuena.
Un saco de besos.
Bueno pues la verdad es que es un precioso relato el que nos dejas con el sello de tu buen hacer.
ResponderEliminarMe alegro que hayas regresado también hace poco.
unos besotesssssssssssss
Me ha gustado mucho el comienzo del relato, las descripciones consiguen transmitir. Y el final, resuelto en las dos últimas líneas, me parece todo un acierto.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Un relato crudo que a mí me ha conmovido. Queda muy abierto y espero haberle dado la interpretación debida al final.
ResponderEliminarEn fin, me alegro de que no hayas dejado de escribir.
Un abrazo, María Eva.
me quedo impresionada al leer tu relato , tienes una capacidad impresionante de meter al lector en las escenas enhorabuena , besos
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