Quiero recuperar hoy el primer relato que escribí y el primero que mandé a un concurso literario. Le tengo especial cariño no sólo por permitirme ganarlo sino por aquello que dicen que el primer parto literario es siempre el más dulce. Algunos ya lo conocéis pero los recién llegados supongo que aún no habéis buceado lo suficiente como para encontrarlo. Espero que lo disfrutéis.
MAÑANA DE SAN JUAN
Cada noche, antes de dormirse, Amalia realizaba el mismo ritual. Una vez en la cama, rezaba a sus santos y le hacía una pequeña oración a las ánimas benditas; para que la despertaran pero sin asustarla por la mañana. Era una costumbre que había cogido sin darse ni cuenta desde que era una niña. Esa mañana escuchó un pajarito cantar, y el canto suave la despertó. Encendió la lamparilla, y vio que el viejo reloj que había encima de la mesita iba a dar casi las seis de la mañana. Aún no clareaba el día. Agarró su ropa y salió despacio del dormitorio para no despertar a Mariano, su marido.
Después de asearse en el cuarto de baño, se recogió su
pelo ensortijado y canoso en un moño bajo y se vistió. Puso en la
hornilla, un poco de leche a calentar en un cazo de porcelana
desconchado por los años, mientras se preparaba la talega que se
llevaría al campo ese día. En ella metió un trozo de pan y un poco de
queso que le servirían de almuerzo a media mañana.
Era
la época de la siega, y el día anterior estuvo con su marido segando
los últimos bancales de habas, en uno de los campos que años atrás había
heredado de sus padres.
Amalia
no quiso despertar a su marido, estaba delicado y tenía una reunión a
las diez de la mañana en la Comunidad de Regantes, para establecer los
turnos de riego de los campos. El verano había llegado y las mermas de
agua en las acequias se hacían notar.
Amalia,
ese día tenía prisa en llegar al campo; quería ver la rueda de Santa
Catalina, como tantas veces la había visto desde que era niña con sus
padres, cuando los acompañaba al sembrado. Tras el solsticio de verano,
llegó la noche de San Juan, y por la mañana del día veinticuatro, en el
sol se veía como si una rueda girase dentro de él y por nada del mundo
quería perderse ese momento mágico, que tantos recuerdos le traía.
Ilusionada, deseaba meter sus toscas manos en el rocío de la mañana; que
según las leyendas curaba múltiples enfermedades y hacía hermosa y
joven a quien se embadurnara con él.
Llegó
exhausta a la finca, después de subir la cuesta empinada y larga que la
separaba del pueblo. Era consciente de sus muchos años y de que estaba
muy oronda, para realizar ya esas tareas en el campo; pero también el
pobre Mariano era bastante mayor que ella y la fatalidad quiso que su
único hijo, muriese con solo dos años de unas fiebres. Nunca más tuvo
hijos, y este nació cuando ella tenía casi los cuarenta años. No le
quedaba más remedio que ayudar en lo que podía a su marido.
Se sentó debajo de una higuera que había en un lado del terreno.
Todo
sembrado de gavillas de matas de habas secas; para serenarse un poco
antes de comenzar a llevarlas a la era, donde otro día serían trilladas.
Acomodando su espalda sobre el tronco, se puso a contemplar el baile
del sol que ya había salido del todo.
El
viento mecía suavemente las hojas de la higuera y acariciaba su cara;
cerró los ojos y la nostalgia de la juventud la llenó de recuerdos de
otras mañanas, en las que como en esa todas las muchachas iban al campo,
al río o a las fuentes, y la noche anterior los
muchachos colgaban ramas en las puertas de las mozas que pretendían, de
diferentes árboles según sus intenciones; toda esa remembranza hizo que
sus ojos se llenasen de lágrimas. Se acordó de José, un novio que tuvo
muchos años antes de casarse con Mariano.
Aún
podía recordar el último beso que le dio José, sentados en el banco de
la plaza de la iglesia el día de las fiestas patronales, después de que
le diera una fotografía que se había hecho el día anterior, y que él
guardó como el más preciado de sus tesoros. En un descuido la cogió de
las manos y, acercándola hasta su pecho, le puso dulcemente los labios
sobre su frente, luego la miró a los ojos y le dijo que era la chica más
guapa de toda la plaza, y que quería casarse con ella. Amalia se
sonrojó y bajó la mirada con una tierna sonrisa dibujada en su cara casi
angelical. Apenas tenía dieciocho años y José era el primer hombre del
que se había enamorado. Era el hijo de una prima de su padre, el mayor
de los tres varones, luego estaba Margarita, la pequeña de la familia y
su mejor amiga desde la infancia. Amalia vio desde niña a José cuando
iba a visitar a su prima a su casa, y entre risas y juegos sin malicia,
fue creciendo a la par que ella lo hacía, algo que cuando llegó a la
adolescencia se dio cuenta de que no era el amor filial que le tenía a
los otros hermanos de Margarita, era diferente; se sonrojaba cuando la
miraba a los ojos directamente, y cuando le dirigía algún cumplido.
Llegando incluso, a sentir un cosquilleo en el estómago cuando se
cruzaba con él, o cuando le hablaba más de dos frases seguidas estando a
solas. José tenía los
veintitrés recién cumplidos. Estaba en la edad de formar una familia
propia, de buscar una novia, y después de un tiempo de noviazgo no
demasiado largo, casarse. Amalia era la chica ideal, de buena familia,
su mocedad aseguraba aún más su castidad, y era muy guapa. Sólo que por
ser primos segundos, tendrían que pedir “dispensa papal” para poder casarse, pero eso no era ningún inconveniente. Sin embargo, todo se truncó.
Corría
el mes de septiembre de 1937, apenas las luces del día se habían
extinguido cuando dos golpes secos se escucharon en la puerta principal
de la casa de don Jaime, el practicante del pueblo, un hombre de buena
estirpe y que no se metía en nada, solo su trabajo y su familia eran lo
único que le importaba. Don Jaime era un hombre muy querido en todo el
pueblo, fervoroso cristiano que iba a misa cada domingo y fiestas de
guardar como mandaban los preceptos. Lo único que desentonaba en aquella
casa era el carácter izquierdista de su hijo mayor José, que más de un
quebradero de cabeza le había dado al padre; por meterse donde no le
llamaban como constantemente le decía su madre.
-¿Está José?- dijo el más alto de los dos hombres vestidos de negro que estaban franqueando la puerta de la casa.
-Buenas noches, sí si está- dijo Amparo su madre, pensando que serían amigos de él.
Sin
mediar palabra entraron los dos hombres a la casa del practicante;
mientras los que les acompañaban esperaban fuera armados, rebuscaron por
todas las habitaciones de la primera planta, entre gritos y quejidos de
uno y otro lado. Las voces le llegaban a José que estaba en la terraza
intentando huir por los tejados, pero no tuvo oportunidad de escapar. Lo
cogieron por los brazos y lo tiraron al suelo, allí le ataron las manos
a la espalda, su madre no dejaba de gritar, sus hermanos también;
Margarita era la única que asistía impávida y en silencio a toda aquella
escena.
-¿Dónde lo llevan?- gritó su madre aterrorizada.
-Donde
debe de estar- dijo uno de los hombres cuando salían de la casa
llevándose a la fuerza a José- Así aprenderá a estar callado.
Toda
la familia asistió a la detención del hijo mayor, y vieron como lo
montaban en un camión que había al final de la calle; el destino era
predecible…
La
noche fue muy larga, y los días restantes también. La alegría de
aquella familia se convirtió en un luto que duró a sus padres hasta que
murieron. Amalia cuando supo todo lo sucedido entró en una profunda
depresión.
Con
el paso de los años aquella pena se fue atenuando y estaba próxima a
cumplir los treinta y cinco años cuando accedió al noviazgo con Mariano.
Un hombre soltero del pueblo, unos años mayor que ella, aunque era
dechado de virtudes y que llevaba muchos años enamorado de Amalia.
Mariano convino con los padres de Amalia la boda si ella estaba de
acuerdo, claro. Y tras un noviazgo corto, pues los años apremiaban para
los dos si querían tener hijos se casaron una mañana del mes de mayo a
las diez de la mañana en la iglesia del pueblo, junto con algunos de sus
familiares y amigos. La celebración de la boda fue sencilla, como se
llevaba en aquella época, una comida familiar. Esa misma noche se fueron
de viaje de novios unos días a Madrid y después a Toledo. De regreso le
esperaba su nueva casa y su vida aunque cómoda al principio, no estuvo
exenta de algunos sacrificios con su marido.
Amalia
secó sus lágrimas con el dorso de su mano y una vez que se serenó,
apartó la mirada del sol y comenzó a cargar los haces a la espalda, y,
despacio los iba llevando uno a uno hasta la era que estaba contigua a
la finca.
La
mañana que amaneció fresca se tornó soleada; el calor alrededor de la
una del mediodía era el indicativo de que Amalia tenía que volver a
casa, pues ya no era posible estar más tiempo en el campo. Agarró sus
cosas, y empezó el camino de vuelta, con un sol de justicia que le
quemaba por encima de sus ropas. Se quitó el pañuelo negro que siempre
llevaba puesto desde lo de su hijo, con la intención de agitarlo para
hacerse aire.
Se
sentía cansada, muy mareada con ganas de vomitar y calambres en ambas
piernas, que ella achacó al duro trabajo realizado y a que con las
prisas no se tomó sus pastillas para la diabetes. Destapó su cantimplora
de agua, pero no le quedaba nada. Iba andando por el camino, que cada
vez se le hacía más largo, la boca la tenía seca como la tierra de los
campos. Cada cinco o seis pasos se paraba a descansar, dejándose caer en
una orilla del camino. Apenas corría una brisilla caliente que lejos de
refrescarla, la achicharraba más. Cada vez se sentía más débil, la
cabeza le estallaba. Amalia pensó que nunca llegaría a su casa. Ya en el
pueblo, se acercó a la fuente de piedra de la que manaba un pequeño
hilito de agua, mojó su pañuelo y lo acercó a su cara para recuperar el
aliento, metió las manos y se echó puñados de agua para aliviarse por
encima, en su pelo, detrás del cuello, y se colocó el trapo chorreando
de agua en la cabeza. Bebió agua para calmar su sed. Aquello pareció
aliviarla un poco, justo lo que necesitaba para llegar hasta su fresca
casa. Unos pocos metros la separaban del portón de su vivienda cuando
Amalia no pudo más, y cayó al suelo debido
a una insolación ante la mirada atónita de sus vecinas. Todas acudieron
en su auxilio. La levantaron del suelo como pudieron, afortunadamente
pasaba en ese instante un muchacho que ayudó a las vecinas a llevar a
Amalia hasta su casa. En su casa estaba Mariano que hacía poco rato que
había llegado de su reunión.
El
joven les dijo que le pusieran toallas de agua fresca, que trajeran
abanicos. Había su sufrido un golpe de calor, lo importante ahora era
refrescarla lo antes posible, darle líquidos a temperatura ambiente y
con un poco de sal para hidratarla, jamás agua fría ni frotes con
alcohol.
-Mariano rápido llama al médico- le dijo la vecina mientras le quitaba la ropa y la sentaba en un sillón con la cabeza alta.
Amalia empezaba a recobrar la consciencia y se quedo más blanca si cabe al ver al joven.
-¿José?- murmuró
Todos se quedaron un poco sorprendidos, -¿quién es José?- dijeron.
-José me estoy muriendo, ¿Has venido a por mi?- decía Amalia mirando al joven.
El desconcierto era la tónica de todos los allí presentes. Mariano entró al salón acompañado del médico en esos instantes.
- Lo primero ponerla fresca, ya veo que lo habéis hecho. Hacerle un litro de agua con una cucharada de sal- dijo el médico.
-Si, este muchacho nos ha dicho eso don Roberto- dijo la vecina.
-Amalia ¿te notas calambres?
-No… bueno si, ¿Pero que hace José aquí?- balbució Amalia.
-Lleva todo el rato diciendo eso don Roberto- apostilló la otra vecina.
-Es normal puede tener alucinaciones, esta en estado de shock debido
al calor. Me quedaré aquí contigo un ratito, a ver si mejoras- dijo el
médico- vosotras podéis iros a casa, menos mal que no le ha pillado
sola. Te tengo dicho Amalia que estás muy mayor para ir al campo y que
tienes muchos problemas de salud que te tienes que cuidar….
Todos salieron de la casa, las vecinas y el joven. En la calle el muchacho les preguntó a las vecinas si sabían donde vivía Margarita Montilla.
-
Margarita se fue cuando se casó a Cáceres con su marido. Hace muchos
años de eso ya, sabe Dios si todavía vivirá…-dijo una de las vecinas.
-¿Y no hay nadie de su familia en el pueblo ya?
-Pues
sí, la pobre Amalia es prima suya. La que acabamos de recoger en la
calle. ¡Con estos calores nos va a dar algo Dios mío! Y eso que todavía
no ha llegado el mes de agosto- exclamó la anciana.
-Gracias- dijo dándose la vuelta y volviendo a tocar en casa de Amalia.
-¿Puedo
entrar?- dijo el joven con un pie puesto en el tranco de entrada, que
hacía ver que tenía intención de adentrarse de nuevo en la vivienda.
- Sí, si pase usted- contestó Mariano un poco sorprendido por la presencia de nuevo de aquel extraño en su casa.
-Discúlpenme,
estoy buscando a Margarita Montilla, que es mi tía y su vecina me ha
dicho que su esposa es prima de mi tía- dijo el joven mientras se
sentaba en una silla contigua al sillón donde Amalia permanecía aún,
visiblemente recuperada.
-Don
Roberto, muchas gracias por venir,- dijo Mariano mientras hacía el
gesto de acompañar al médico hasta la puerta- menos mal que se ha
recuperado pronto y no la hemos tenido que llevar al hospital.
El silencio se hizo en la habitación. A Amalia le latía de nuevo el corazón con fuerza.
-¿Y de quien es usted hijo?
- Yo soy nieto de un hermano de Margarita.
-¡Ah! - dijo Amalia- ¿y de quién?
-Bueno…Ya
han pasado muchos años….Mi abuelo antes de morir, me dio una fotografía
que había guardado toda su vida. Me pidió que viniera al pueblo y que
buscara a ver si quedaba alguien de nuestra familia. Pensó que mi tía
viviría todavía porque era la más joven de todos los hermanos….-el joven
tragó saliva antes de seguir hablando-
me dijo que viniera a buscarla para que me conociera, pues mi madre
murió hace unos años y era la única hija de mi abuelo. Yo soy hijo
único, la única familia que me quedaba en mi tierra era mi abuelo.
-Madre mía, muchacho ¿Quién es tu abuelo?- dijo Amalia abriendo los ojos a la par que la boca.
-Mi abuelo murió en enero, y todo este tiempo he estado dudando si debía venir o no venir. Mi abuelo era José….
-
José… ¿Qué José?, el único hermano de Margarita que se llamaba así lo
mataron en la guerra civil hace sesenta y cinco años. ¡No digas
tonterías muchacho!
-No
señora, no murió. Sé que es difícil de creer, pero mi abuelo no murió
aquella noche. Los que lo mataron, o los que creían que lo habían matado
solo lo hirieron de gravedad, pero no de muerte. El se quedó quieto
entre todos los cuerpos tirados en aquel barranco. Aprovechó la
confusión de los asesinos, y
muy despacio amparado en las sombras logró escapar. Se metió en una
oquedad que había en la pared del barranco. No podía volver a la casa
familiar, y se fue caminando de noche y escondiéndose de día. Así logró
llegar a la frontera y escapó a otro país. Mi abuelo pensó que tal vez
sería mejor para todos que lo creyeran muerto, aunque toda su vida tuvo
deseos de volver a este pueblo- el joven metió la mano en su mochila y
sacó una fotografía de su cartera con las esquinas rotas por los años y
se la extendió a Amalia.
-Mi
abuelo me hizo prometer que buscaría a esta mujer, la amó toda su vida.
Me pidió que si estaba muerta le llevase flores a su tumba y que si no
lo estaba, se la devolviera a ella.
-¡Dios
mío!- gritó- Es imposible, soy yo. Es la foto que le di cuando él me
pretendía- Amalia cogió la fotografía y la acercó a su pecho, se quedó
muda y sus lágrimas brotaron de sus ojos y las dejó correr por sus
mejillas como si fuese la lluvia que limpia el barro después de una gran
tormenta.
Amalia le dio la vuelta a la fotografía y detrás de ella se podía leer:
“Sin ti mi vida no ha tenido sentido”
El silencio se apoderó de toda la estancia y ninguno de los tres dijo nada más. Ya no era necesario, todo estaba dicho.
Gracias a todos por venir hasta aquí.
ResponderEliminarUn abrazo muy grande,
Eva.
Eva el relato engancha y es una de tantas historias ocurridas en épocas pasadas, no me extraña que con él ganaras un premio porque está muy bien escrito y el final conmueve.
ResponderEliminarGracias por traerlo
¡Enhorabuena, Eva! Aunque sea con retraso. Me alegra que lo rescataras, porque yo no lo había leído.
ResponderEliminarUn abrazo,
Gracias Eva, este relato me atrapa, es precioso y cala hondo.
ResponderEliminarNo lo había leído, resulta una verdadera delicia su lectura.
Sigue así, porfi.
Un besito, guapetona.
Mucha alma y mucha creatividad hay en tu blog , paisana.Tu relato estremece , el enmarcarlo en la Guerra Civil , ese período gris y turbulento , le otorga más magia.Te sigo.te invito a seguir mi blog.Saludos poéticos.
ResponderEliminarEmotivo a tope, con ese espectro apareciendo en forma de nieto, tantos años después. Por cierto, hoy estamos de ambientación rural, ambos.
ResponderEliminarAbrazos.
¡Enhorabuena, Eva!
ResponderEliminarUn abrazo.
Se me ha encogido el corazón.
ResponderEliminarUn beso grande, María Eva.
Qué historia tan triste y al mismo tiempo con final feliz, aunque algo tarde.
ResponderEliminarBuena historia y mejor final.
Un fuerte abrazo.
Siempre es bueno recordar y compartir este tipo de relatos y más si encima pudiste conseguir un pemio gracias a él y a tu gran creatividad.
ResponderEliminarSituarlo en esa epoca es todo un acierto ya que da para mucho.
unos besotessssssssssssssssssssss
Gracias mi querida Eva por compartirlo nuevamente, puesto que no lo había leído.
ResponderEliminarEs un relato hermoso, ambientado en trabajos de campo y en historias típicas de esa época y un recuerdo que se hace presente al final de la historia.
Un placer leerte, abrazos infinitos!
PD: te dejo el enlace de un premio que quiero compartir contigo.
http://perfumederosasregalosamigos.blogspot.com/2013/02/gracias-shurime.html
Me encanto Maria Eva! Mientras leia me venian a la mente historias contadas por mis abuelos sobre esa triste etapa de la historia.
ResponderEliminarFelicidades!!
Te dejo un beso y se feliz!
Ya con este primer relato prometias y mucho,un abrazo,
ResponderEliminar¡Felicitaciones Eva! Un beso grande.
ResponderEliminarPues me algro de esta repetición, soy recién llegada y esta historia enmarca todo lo que puede dar de sí un amor para toda la vida. Espero que esta relación que hoy comienzo en tu blog perdure tanto en el tiempo. Saludos desde Tenerife y cuando gustes seras gratamente recibida en mi espacio con un rayo de sol.
ResponderEliminarhttp://gofioconmiel.blogspot.com.es/
Besos de gofio.
Felicidades. Mis mejores deseos para este camino que hace tiempo iniciaste.Me declaro ferviente seguidora de tus blogs. Un beso fuerte. De Guadalupe Lay.
ResponderEliminarGuerra civil y emotividad. Todavía tenemos presente esa época de la historia.
ResponderEliminarMe ha gustado María Eva.
Gracias
Enhorabuena Eva muy bueno.
ResponderEliminarFelicitaciones!!!.Dios te bendiga.
Gracias por tu visita María Eva, y felicidades por esos 300 seguidores. Un abrazo. Dios te bendiga.
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