Todos los días salía a la misma hora por el portal del edificio donde vivía. El rictus congelado de su rostro era el saludo matutino para todos los que se cruzaban con él.
Imponía, y mucho, tanto que los niños nos pasábamos a la otra acera por miedo a que nos dijera alguna palabra para engatusarnos y sacarnos las tripas como las abuelas nos decían machaconamente cada día. Le seguí, las carnes me temblaban pero tenía que ver dónde iba cada día. Esa incertidumbre se había apoderado de mi y anulaba mi miedo fortaleciéndome. Cruzamos varias calles y al final entró en un soportal con un letrero que decía: “Escuela de sordomudos”.
Marìa...." El vecino "
ResponderEliminarPor la inseguridad que vivimos en estos tiempos, desconfiamos como dices en tu relato hasta del vecino....que los hay para desconfiar y que pueden ser asesinos, violadores etc.
Tenemos que estar prevenidos de dìa y de noche.
¡¡ interesante lo tuyo !!
un beso
Es triste que tengamos que vivir con esos temores....Me acuerdo cuando era pequeña y jugaba en la calle hasta muy tarde...Buenas noches Eva
ResponderEliminarDeonas la palabra con tal de que aspiremos su perfume. Poesía eres tú!
ResponderEliminarAventurarse a ser un niño siquiera por escrito es un tremendo mérito. Bien hecho!
ResponderEliminarGeniallllll!
ResponderEliminarUn beso grandote!!!!